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La identificación con la materia es el gran espejismo de la humanidad.

El concepto de inmortalidad del alma nos es ajeno (o muy lejano), y nuestra vida queda principalmente circunscrita a la manifestación física, material.

Olvidamos que una mirada puede ser tan potente o más que una palabra y que un pensamiento enfocado puede ser más poderoso que una acción desenfocada.

Espíritu y materia son compatibles, porque precisamente nuestra naturaleza tiene esa dualidad.

Hoy, en muchos ámbitos, prevalece la materia. Por eso la obsesión con la seguridad y la construcción del granero donde guardar las cosechas sin repartir.

Nuestro reto no es renunciar a la materia, sino situarla en su justo término.

Cuando el ser humano empieza a encontrar el equilibrio adecuado entre espíritu y materia, comienza otra forma de vida.

Esa forma de vida lleva, poco a poco, a una comunión con lo sagrado.

El mundo tira hacia lo profano, y una fuerza interior tira hacia lo sagrado.

Necesitamos escuchar y seguir esa fuerza.

«Nuestro cuerpo físico esta formado de materia, y como la materia se halla sometida al tiempo, se deteriora, se desmorona, se desintegra. A esto le llamamos envejecer, y las arrugas, los cabellos blancos, el reumatismo, etc., son signos evidentes de este envejecimiento, lo que no es, evidentemente, una constatación agradable. Pero nosotros no somos únicamente un cuerpo físico, y si su envejecimiento se halla dentro del orden natural de las cosas, interiormente nada nos obliga a envejecer con él. ¡No debemos pues inquietarnos!

Las personas que lamentan tanto las señales de la edad evidenciadas cada día ante su espejo, son en general personas interiormente envejecidas. En vez de preocuparse de conservar lo que es cálido y vivo en ellas, su corazón, se identifican con su cuerpo, se identifican con la materia. Pero es su corazón, no su cuerpo, el que hace que sean jóvenes o viejas, y si su corazón envejece, es porque ellas se lo permiten. Para no envejecer, debemos conservar nuestro amor por los seres y las cosas, no perder nunca nuestro interés y nuestra curiosidad hacia la vida que se halla ahí, a nuestro alrededor, tan rica y abundante.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Tshering y su equipo, Bhutan, 17 mayo 2010