La derrota la infligió la voz transparente, tranquila de un joven al que la propia organización violenta dejó cojo. La flagrante derrota moral vino de un valiente diputado sin pierna, sin madre, sin futuro deportivo y sin embargo exento de todo odio.
No nos interesan las derrotas militares. A estas alturas bien sabemos que esas victorias sólo significan paréntesis entre batallas. Los recambios vienen siempre vía “express”. Demasiado rápido se puede nutrir un frente cuando hay cantera emocionalmente preparada para incorporarse. De la “kale borroka” a la pistola no hay apenas trecho. El alistamiento no es problema cuando, aún sin justificación alguna, las heridas no terminan de cerrar y el resentimiento de acallar.
No hay agravio, aún fabricado o magnificado, que cierren las solas armas y sus victorias de cartón. Es preciso algo más que medidas policiales para inaugurar nuevos horizontes en cualquier lugar conflictivo. Los futuros los van abriendo voces henchidas de razón y privadas de rencor como la del joven de Sestao. La humanidad progresa con el sereno coraje que proporciona el dolor sublimado y la sabia esperanza de los argumentos. Madina derrochó en la Audiencia Nacional de todo ello.
Los adalides de la “manu militari” en cualquier latitud del mundo deberían visionar el juicio en cuestión. Los valedores de la acción-represión, los mandatarios y activistas que sólo manejan el ojo por ojo y diente por diente, deberían estudiar el testimonio de Madina, para comprobar como se puede contribuir a quebrar, con la sola palabra y el espíritu apaciguado, unas actitudes y voluntades tan violentas.
El perdón y no el macabro orgullo, ante el joven al que la organización violenta pretendió quitar la vida, por la sola razón de pensar diferente, hubiera significado un paso hacia ese futuro de paz y reconciliación en el País Vasco que tanto anhelamos. La penosa sonrisa de los jóvenes del comando en la jaula de cristal marcan el final definitivo de ETA. ¿Qué organización podría superar el lastre de tan desubicadas sonrisas?
El corazón de Eduardo Madina debía seguir latiendo, porque acabar con esa vida o con cualquier otra es una barbaridad exenta de cualquier motivo, mérito y futuro. El joven socialista de Vizcaya debía sobrevivir, entre otras muchas cosas, para indicarnos a tantos el camino del no rencor y de la auténtica paz.
La Redacción