Es inútil que aspiréis a grandes realizaciones espirituales mientras no logréis interrumpir el curso ruidoso y desordenado de vuestros pensamientos y de vuestros sentimientos, porque son ellos los que impiden que se establezca en vosotros el verdadero silencio, el que repara, serena, armoniza… Cuando conseguís realizar este silencio, comunicáis imperceptiblemente un ritmo, una gracia a todo lo que hacéis. Os desplazáis, tocáis los objetos, y es como si todo en vosotros no fuese sino danza y música. Este movimiento armonioso que se transmite a todas las células de vuestro organismo, no sólo es bueno para vosotros, sino que actúa también benéficamente sobre todos los seres que os rodean: se sienten más ligeros, liberados, iluminados e impulsados a hacer esfuerzos para revivir de nuevo estas sensaciones que han experimentado junto a vosotros.
Omram Mikhäel Aïvanhov (1900-86)