Queremos pan rico de aquel con levadura madre, agua de manantial, fuego lento y grano entero. Queremos los olores que ya marcharon, los oficios que se olvidaron, la salud que perdimos… Queremos los pequeños hornos de leña inundando de nuevo nuestras geografías.

No deseamos volver para atrás. Hacia atrás fuimos cuando al grano le quitamos la cáscara y el germen, cuando al pan se le echaron los conservantes y la legión de cancerígenos “Es”, cuando ya en forma de molde, se metió en una funda de plástico y se puso a viajar cientos de kilómetros en grandes camiones, lejos de su origen. El paso para atrás fue cuando olvidamos el sabor genuino de los alimentos y nuestro paladar dio por bueno lo adulterado, cuando nos acostumbramos a ingerir cualquier sucedáneo cargado de aditivos químicos.


Es sólo un botón de muestra, pero podríamos hablar de cualquier otro producto básico. ¿Qué queremos en nuestras mesas, en los bocadillos de los niños? Los fuegos se levantan a la vera de las factorías de “Panrico” en la península. El conflicto por despidos y rebaja salarial parece que llega a su fin. Bienvenido sea el acuerdo, bienvenido el fin de la confrontación. Sólo lástima de otras llamas, aquellas que hubieran podio hornear un pan sano, integral, sin aditivos. Lástima que esas posibilidades no se contemplen siquiera. Lástima de hornos repartidos por los pueblos y los barrios invitando a una alimentación más consciente, más sana. Recuperar el puesto de antes no es siempre la mejor solución. Apriete más una nostalgia de cuando en verdad éramos seres creadores, no automatizados.

Mientras que el puesto de trabajo asalariado y en factoría siga siendo el valor supremo e incuestionable, la utopía siempre quedará postergada. Por supuesto todo el mundo pueda desarrollar un digno trabajo y tenga acceso al pan. Nadie se quede en paro, pero consideremos también que otro trabajo, otro pan, en definitiva otro mundo son realmente posibles. Superar felizmente la crisis no es reactivación de la misma economía del pasado, sino reorientación de ésta en un sentido más sostenible, imaginativo y saludable. No implica necesariamente la recuperación del ritmo de producción y consumo de productos que tendrían que salir de los catálogos y cestas de compra. La crisis no debería ser en balde, no podemos esquivar sus grandes interrogantes. ¿Vamos a seguir consumiendo el mismo pan blanco y hueco y trabajar en las mismas cadenas deshumanizantes?

Pan y trabajo para todos, sí, ¿pero qué pan y qué trabajo? ¿Trabajo en cadena, mecánico y alienante o trabajo en equipo o familia, creativo y emancipador? Pan para todos claro, ¿pero pan que llega en serie, sin gusto ni vitalidad, sin salud ni futuro o pan horneado por una familia cercana con todo el amor metido en una masa  confeccionada a partir de  un grano vivo y entero…?

No nos cansaremos de decir que la multiplicación de los conflictos de todo tipo que nos asaltan en los periódicos, en realidad apunta a la línea de flotación de una civilización errada. Empresarios, trabajadores y consumidores en general hemos de repartirnos las responsabilidades de una economía que no se aviene con la salud y la vida en su más pleno y profundo sentido. Responsabilidades repartidas por lo tanto, pero sobre todo reflexión general sobre el tipo de sociedad y por ende de economía que deseamos hereden las generaciones futuras.

Los ERE nos interpelen, nos sirvan para tomar conciencia del error y desvarío colectivos. El dolor de una crisis no sea en balde. No la tapemos, no la escondamos. Reoriente nuestros hábitos en un sentido positivo y liberador. No más fogatas a la vera de las grandes factorías, no tengan que llegar más EREs para cuestionar nuestras inercias. No debamos atravesar tantos apuros, para iniciarnos en un consumo y producción enfocados por fin a una vida más sana, bella y sostenible. Horneemos otra masa, construyamos, ahora sí, aquel otro mundo.  

Koldo Aldai, 27 noviembre 2013