Nos falta memoria para apreciar el presente. Nos falta historia para valorar el logro que implican unas naciones que se unen para imponer el respeto por la vida. ¿Quién detenía en el pasado las matanzas de civiles inocentes? Ayer no había Mirages, ni F-15 apoyados por la ONU que hicieran temblar a los tiranos. Hemos hecho un largo camino hasta este ahora en que se empiezan a perseguir con consenso internacional las masivas violaciones de los derechos humanos. Nunca ha habido tan inmenso potencial bélico para garantizar la integridad de la vida.
Cuando los aviones alemanes, italianos, franquistas se hicieron en el 36 dueños de nuestros cielos, no hubo quien contestara su poderío criminal. Cuando las poblaciones civiles de Gernika o Durango fueron diezmadas desde los aires, no había Naciones Unidas para protegerlas. ¿Alguien en el lado de la República legítimamente instaurada se entusiasmó con la guerra?
Europa salió ya de ese túnel, de esa noche de las dictaduras azules o rojas, el color es lo de menos. No así un norte de África, que ahora ya por fin alborea. La misión de la coalición en Libia se ha limitado a operaciones “quirúrgicas” con el objetivo exclusivo de reducir la capacidad de ataque aéreo de Gadaffi y defender así a la población civil amenazada. La cuidadosa “cirugía” no ha generado daños colaterales. Hay que estar en una Bengasi rodeada por un ejército bárbaro para decir “No a la guerra”. Hay que estar defendiendo la libertad y los derechos humanos en una ciudad de 650.000 habitantes a punto de ser tomada por tropas crueles para clamar alto y sonoro: “No a la intervención de la coalición”.
En el 36 nadie disputó los aires a los Heinkel He 111 y Dornier Do 17 de la Legión Cóndor alemana que redujeron Gernika a cenizas. ¿Hay alguna diferencia entre Franco y Gadaffi, máxime cuando el dictador libio ha declarado públicamente su identificación con “nuestro caudillo”? Si durante nuestra guerra hubiera habido una coalición internacional que velara firme y eficazmente por la libertad y los derechos humanos, es posible que Franco no hubiera triunfado. Al final nos hubimos de conformar con un apoyo logístico soviético, ése sí interesado, y a todas luces insuficiente.
No sé si aviene el blandir de las banderas republicanas delante de la Puerta del Sol con la contestación a la “intervención imperialista”. Sería de desear para los otros lo que hubiéramos querido para los nuestros: la esperanza que viene de los cielos, la intervención internacional para detener el atropello y la masacre. Claro que anteriormente las cosas se debieron haber hecho en Libia de otra forma. Claro que el trato con el déspota no debía haber sido tan condescendiente, que se le hicieron demasiadas gracias a un tirano disfrazado, pero quizás el error sea más de ayer que de ahora.
Cierto también que cada pueblo ha de conquistar su futuro. Ahí radica la mayor objeción a esta intervención. Aún con alto precio, los pueblos deberían tumbar sus propios dictadores y en esa gesta concienciarse, entrenarse, prepararse para vivir en democracia. Soluciones más “fáciles” entrañan también sus serios riesgos. ¿Hasta que punto en el largo plazo es positiva la, siquiera inicial, ingerencia externa? La pregunta va saltando de un continente a otro: ¿Qué hacer cuando los pueblos por sus propios medios no logran sacudirse sus propias y brutales dictaduras, cuando la diplomacia internacional se rinde? ¿Qué hacer cuando los derechos humanos son salvajemente conculcados, mientras los pueblos se hacen libres y dueños de sus destinos? Se nos escapan las respuestas rotundas. La patata caliente fue de Kosovo a Afganistán y ahora va a Libia. Aún restan importantes porciones de humanidad rondando la caverna, abrazando la ley del más insensato, del más fuerte y con más petrodólares.
En el subconsciente de los mandatarios que se reunieron en París para ultimar el ataque limitado dudo que estuviera el petróleo o los recursos naturales de Libia, dudo que repararan en el virtual beneficio tras la acción concertada. Todo apunta a que cuando se han propuesto neutralizar el ataque de Gadaffi a la población, su objetivo ha sido y es noble. El futuro dirá también si su accionar limpio, inteligente y eficaz. Se atribuye una perfidia a nuestros mandatarios que no observo se ajuste a realidad. El futuro demostrará también que ningún país que enfiló aviones militares hacia Libia buscó “tajada”.
¿Habría que haber dejado caminar sobre las avenidas de Bengasi a los tanques del coronel? ¿Cuál hubiera sido el precio de la rendición? ¿La comunidad internacional debería haber asumido el “iré casa por casa y no tendré compasión” como atropello imparable? ¿Para qué las armas si, llegada la hora, no sirven para proteger a los oprimidos y a los débiles, para poner una raya en la arena de los tiranos? Elevo dudas que no certezas, interrogantes que no seguridades, pues ¿quién estará libre de vacilación cuando tercia la atroz guerra y la sagrada vida de seres humanos? Probablemente era preciso el “Amanecer de la Odisea”, volar a Libia y descargar los misiles sobre los tanques y los carros que estaban prestos a sembrar la destrucción y la muerte en Bengasi. Detenida la sangría humana, es cierto que la coalición no ha de ir mucho más allá en sus ataques. El pulso es de los propios libios, por más que quisiéramos que los vientos de la libertad azotaran para siempre sus desiertos.
Nadie quiere la intervención, pero ¿quién defenderá la vida? No hay lugar aquí para ensalzar las “proezas” del dictador, para el relato de sus cuatro décadas de terror, pero antes de salir a la calle con el “No a la guerra”, sugiero aventurarnos en las hemerotecas. Nadie quiere la guerra, pero aún gobiernan las fuerzas del mal más abyecto. Nadie tiene todas consigo en tan delicado y complicado tema, pero reconozco que me cuesta colgarme la chapa antibelicista y dejar al albur de un sanguinario el futuro de los valientes defensores de una Libia libre.
Por el otro lado político, tampoco nadie aproveche la ocasión para vender barato y burdo militarismo. Absolutamente todos los ejércitos están llamados un día a desaparecer. Más pronto que tarde las armas convertidas en arados, pero para ello también todos los tiranos deberán ser ya capítulo de la historia. Mañana iremos a los desiertos a extasiarnos, a amar, a orar… Caminaremos sus arenas impolutas para perdernos, para dejarnos engullir por su infinito, nunca ya más para pelear. Mañana enterraremos todas las armas, también los flamantes Mirages y los F-15, pero si al día de hoy las armas, los aviones y buques de guerra encuentran una sola y quizás exclusiva justificación, es para posibilitar la ayuda humanitaria y hacer respetar la vida.
Koldo Aldai, 23 marzo 2011