Ayer domingo en la mañana, mientras paseaba y disfrutaba del solecito y la temperatura primaveral por uno de los paseos marítimos de mi ciudad junto a mi peludo amigo Ruco, un westy de año y medio al que le encanta acompañarme, una niña de, calculo, unos 7 años, me regaló la lección del día que ahora comparto para su reflexión.

La chiquilla estaba jugando con su hermano, que no tendría más de 3 años, empeñado en manejar su patinete de 2 ruedas, los de toda la vida, con mucha dificultad. La niña se situó a una distancia prudente del hermano y con insistencia y soniquete le arengó: ¡Venga, Javier, tú si que puedes!, ¡venga, Javier, tú si que puedes!, emulando a la audiencia de cualquier concurso televisivo, hasta que Javier se armó de valor y se impulsó con fuerza una y otra vez sobre el patín, hasta llegar a la línea de meta, fijada por la niña, y ser recibido por ésta como todo un campeón.

La escena no solo me provocó una sonrisa y elevó mi espíritu dominguero, sino que me hizo consciente de la importancia que tiene en nuestro desarrollo y éxito, a todos los niveles, contar con la presencia, ánimo y apoyo de personas que crean en nosotros: en nuestro potencial, en nuestra valía, en nuestra grandeza; percibiendo incluso lo que aún no se ve; dándonos ese empujón tan necesario cuando nos paralizan las dudas y el miedo; tendiéndonos la mano para ayudarnos a subir cuando estamos abajo; abrazándonos cuando nos sentimos solos, consolándonos ante la decepción y el fracaso y poniendo a nuestra entera disposición su presencia, conocimientos, experiencia y oreja, sin condición, solo por amor.

Que suerte la del tal Javier de poder contar con alguien que cree en él incondicionalmente y que aún viéndole trastabillar y a un tris de rendirse, sabe que esforzándose y persistiendo puede conseguirlo. Que magnífico escuchar mensajes positivos, de fuerza, de poder, de visión, enfocados en lo que se quiere y en llegar, ignorando los esfuerzos, sacrificios, costes, miedos y obstáculos. Y que estupendo que una niña, a tan corta edad, tenga una autoestima y habilidades de liderazgo que bien podríamos copiar los adultos.

Sean cuales sean las circunstancias y nuestro pasado, el momento de poder es ahora, y el cambio se basa en un nuevo paradigma y actitud. Con independencia de si de niños los encargados de cuidarnos y junto a los que crecimos nos valoraron, respetaron, apoyaron, enseñaron o no, ahora, como adultos, sí podemos elegir nuestras valiosas relaciones y esto es algo de suma importancia.

Estoy convencida de que para gozar de una vida plena y feliz el punto de partida es una sana auto-estima, acompañada de un entorno personal favorable.

Se dice que los amigos son la disculpa de Dios por la familia que nos ha dado. Bromas aparte, si creo que nuestras relaciones son trascendentes en nuestra vida y más cuanto mas cercanas sean.

Habrá casos en los que no podremos elegir a las personas que nos rodean y con las que tenemos que compartir trabajo, instalaciones o actividades; solo nos queda aceptar a cada cual como es y convivir en respeto. Sin embargo, nuestro entorno cercano e íntimo solo deben integrarlo personas que nos valoren, respeten, apoyen, cuiden y aporten, siendo nuestros “maestros Pigmalión”, de forma que su confianza y expectativas respecto a lo que podemos llegar a ser, hacer y tener, se unan a la nuestra para expresar nuestra grandeza, valía y creatividad como seres humanos con trascendencia espiritual. Y recordar la Regla de Oro: tratar al otro como queremos ser tratados.
¡Vamos, tú si que puedes!

Ana Novo, 5 marzo 2012
Autora del libro “Elige tu vida, ¡ahora!”
www.tunuevaoportunidadahora.com