Entrevista al coordinador de la ONG Educa Nepal*

Lo ha dejado todo por encender sonrisas en las colinas lejanas, de un país remoto, al otro lado del mundo. Ha abandonado su vida cómoda de profesor de inglés en las Palmas de Gran Canaria, para entregarse por entero a los hijos de los más desposeídos, los campesinos sin tierra en el distrito de Makwanpur, al sur de Kathamandú.

A decir por la enorme sonrisa que él también lleva permanentemente encendida, la decisión no le ha pesado. Vive por y para alfabetizar a los niños de los intocables, para quitarles el martillo esclavizante con el que los explotan al obligarles a golpear y partir las mil y una piedras cada día. Vive convenciendo a los padres de que la escuela les priva del salario de unos puñados de arroz, pero da horizonte y futuro a sus hijos. Vive animando a los campesinos para que no cedan ante las mafias que, a cambio de cuatro rupias, quieren llevarse a sus hijas, aún niñas, para colocarlas a las puertas de los lupanares de la India.

El compromiso le ha llevado a una inmersión total en el medio. Habla el idioma local y no le hace ascos a lo de comer su diario arroz, lentejas y salsa picante con los dedos. Camina despacio, siempre a pie, la veredas que separan una escuela de la otra. Sirve y al mismo tiempo disfruta de la paz exuberante que le regala una naturaleza apenas alterada.
Puestos a dar, no se queda con nada, ni siquiera con la intimidad de su propia vivienda. En un alarde de renuncias, vive bajo el mismo techo de una familia campesina, en una habitación que le ceden.

Ha vuelto a las Islas a la búsqueda de fondos para lápices, cuadernos, pupitres…para su gente. En una terraza de la Plaza de San Telmo de la capital grancanaria, en una cálida noche otoñal, nos vuelca toda su apasionante y generosa aventura.

Fundación Ananta: Seis años en Nepal, seis años de renuncias. Háblanos del desapego…
José Díaz: No he renunciado a nada. Haber tenido la oportunidad de conocer Nepal y convivir con sus gentes ha sido un regalo. Sí es verdad que he prescindido de la seguridad de un trabajo en Occidente, pero ha sido una elección libre. El apego no creo que dependa tanto de dónde estamos, sino de a lo que nos aferramos.

FA: ¿Qué echa en falta José, cuando al cabo de una intensa jornada, retorna a su choza?
JD: Poder compartir mis vivencias y sentimientos con alguien que sepa de dónde vengo. Es algo en lo que a veces pienso cuando sobreviene alguna frustración al trabajar en una cultura tan distinta a la nuestra. A nivel local tengo muchísimas amistades, me siento muy a gusto, pero no puedo profundizar.

FA: ¿Comer todos los días con los dedos, dormir en un catre, ducharte con un cubo… no acaba a la postre mermando resistencias?
JD: Para nada, disfruto de todo eso. Es parte de la aventura y me hace sentirme más vivo, más en contacto conmigo mismo, mis sentimientos y la naturaleza. Fregar con tierra y cenizas, pisar el suelo de barro, escuchar las rana, los grillos…; disfrutar la orquesta sinfónica que ameniza las noches es un sueño hecho realidad.

FA: ¿Hay algo que aún te retenga en esta parte del mundo?
JD: Intento seguir mi corazón, canalizar mis inquietudes en la dirección que intuya en cada momento. Al igual que cuando tomé la decisión de ir al Nepal.
JD: Me gusta volver a casa, ver a mi gente. A medida que pasan los años, me cuesta más estar lejos de la familia, pues mis padres se hacen mayores y a veces me pregunto si no debiera estar más cerca.

FA: ¿Cuesta mucho encender la sonrisa de los niños nepalís?
JD: La sonrisa es de las cosas más bonitas que me rodean allá. Cuando un niño sonríe trasmite paz, inocencia, pureza, ingenuidad… Observar esas sonrisas es mi gasolina, quizás porque me gustaría recuperar la inocencia que he perdido con los años. ¡Es triste lo rápido que olvidamos aquí esa sonrisa!

FA: El Maestro Krisnhamurti te acompaña en tu itinerario vital… ¿Te ha sido de ayuda al encarar la difícil realidad de las aulas en las montañas del Nepal?
JD: Krisnhamurti fue un descubrimiento maravilloso que cayó en mis manos por casualidad. Puso en mí la responsabilidad de buscar las respuestas, de observarme, de conocerme.

FA: ¿Desde esas aulas en los países de desarrollo, podemos cambiar el mundo?
JD: No es mi meta cambiar el mundo. Creo que el mundo cambia a medida que cambiamos nosotros y ese sí es mi objetivo: intentar ser consciente de cada acción, sentimiento o palabra. Disfruto cada vez más con las cosas más simples. Si eso se contagia seguramente será positivo.
Creo que es Occidente quien necesita un buen examen, una buena revisión. Es preciso evaluar todo lo que el progreso se ha llevado consigo. Es preciso empezar a vivir de verdad.
El Nepal rural y sus gentes son todo un ejemplo de humildad, paz, serenidad… Cada vez estoy más convencido de que nuestra felicidad está íntimamente ligada a la calma que haya en nuestra mente, pero no en un ratito de meditación, sino a lo largo de todo el día.

FA: ¿Cómo se os puede ayudar?
JD: Cubrimos necesidades básicas. Trabajamos con familias que no tienen tierras, ni ganado. Nuestra labor se centra, por un lado, en el desarrollo de proyectos para la generación de recursos para las familias pobres, y por otro, nos empleamos en la escolarización de niños. Esto se concreta en la adquisición de cabras, tierras, semillas, material escolar…, en la creación de canales de riego. Vamos ampliando el área de actuación según generamos ingresos en España.

FA: ¿Cuántas cosas puedes hacer allí con un puñado de euros?
JD: Con dos céntimos, un lápiz; con diez céntimos, una libreta; con alrededor de treinta euros, una cabra; con dos mil euros quinientos, metros cuadrados de tierra fértil…
FA: ¿Es tópico o es realidad el que “todo lo da quien apenas tiene”?
No creo en las generalidades, pero observo que la avaricia y las posesiones innecesarias van mermando la humildad, la inocencia y la capacidad de amar.

FA: ¿Hasta cuándo en Nepal?
JD: No sé, dejemos que el corazón o la vida misma decidan. Es una
responsabilidad muy grande la que he asumido y no me veo por ahora desligado del Nepal

FA: ¿Cuál es el mayor regalo que te ha concedido el Nepal y sus niños? ¿Y la mayor enseñanza?
JD: El mayor regalo es la sonrisa de los niños. La mejor enseñanza el haberme dado cuenta de que mi felicidad está en función de la paz que logre en mi mente.

FA: ¿Cómo ves el primer mundo desde las colinas de ese país perdido?
JD: Cuando vengo me cuesta encajar. Son dos culturas muy distintas. Es como ir de un pueblo perdido en la montaña hace cincuenta años al Madrid actual.
JD: Observo el primer mundo triste, perdido en el consumo, generando violencia… Cada quien reparando sobre todo en su seguridad y en su placer, pero también es cierto que cada vez hay más personas que se van dando cuenta del engaño de esa falsa felicidad momentánea y que se abren al mundo sin miedo, ni caretas.

FA: ¿Tiene solución este injusto mundo?
JD: La solución pasa por cada individuo, la manera en que se relaciona consigo mismo, con los demás y con el medio que nos rodea.

¡Buena estrella te guíe, amigo!

* www.educanepal.org
607517399 y educanepal@terra.es
Donaciones: Caja Madrid 20389009466000180967

La Redacción