La empresa, como cualquier otra actividad humana, es un campo especialmente propicio para desarrollar una relación de crecimiento y respeto entre las personas en un mundo cada vez más interdependiente. Y cada persona en la empresa, como en la vida en general, tiene ante si la posibilidad de elegir una actitud vital u otra y que esa elección determinará en gran parte la calidad de su vida.
Creemos a nivel empresa en valores como colaborar en vez de competir al coste que sea, escuchar en vez de oir, realizar la acción sin caer en la permanente agitación, y sin estar obsesionado con los resultados, que vendrán por añadidura si la acción ha sido la correcta.
El dinero puede ser una gran trampa que nos lleve a la avidez, el egoísmo y la codicia o una gran palanca para hacer cosas, para ayudar a la humanidad en su progreso. En la competencia que nos toca vivir en las sociedades modernas del siglo XXI el mundo empresarial está lleno de trampas y también de potencialidades. Muchas de las trampas tienen que ver con la concepción que hemos dado al dinero, convertido en un fin en vez de un medio. Alcanzar el fin al coste que sea es la principal trampa en la empresa, como lo es en la vida en general, pues fuerza a las personas a deshumanizarse, a despojarse de su esencia, y en esta desnudez la persona acaba perdiéndose. Convertir el dinero en fin le convierte en un becerro de oro, peligroso, con capacidad de subordinar nuestras vidas a su logro, de modo obsesivo, sin otro propósito que la acumulación, lo que equivale a malgastar nuestras vidas. En este escenario, las personas no son más que instrumentos para alcanzar ese fin, y pierden su condición de personas.
Por el contrario, convertir el dinero en medio para hacer cosas y para dar oportunidades a las personas nos abre las puertas y la imaginación a su potencialidad, a la capacidad que nos da el dinero para vivificar personas y proyectos, dándonos oportunidades para nuestro desarrollo creativo. Por poner un ejemplo, el dinero, la empresa, puede crear universidades y educación, parques y jardines, hermosas casas donde vivir, equipamiento social, , y también puede crear misiles que en cuestión de segundos destrocen nuestras vidas. La orientación es importante, si. El dinero, entendido en su potencial creador, es una fuerza enorme, positiva, y que debemos aprender a canalizar. Es aquí donde entran los valores.
La empresa con valores se caracteriza por contar con líderes con capacidad de entender y practicar el arte de dirigir, primero dirigiéndose y gestionándose a sí mismos con cordura para luego dirigir a la organización, también con cordura. Son líderes capaces de entender el concepto de servicio, que trasciende más allá de los objetivos puramente personales. Los líderes descarriados suelen llevar a sus organizaciones al desastre, y en el descarrilar de este liderazgo tiene mucho que ver la presencia del ego, este elemento voraz que todos tenemos que una vez bien asentado en nosotros nos convierte en sus esclavos. Se nos ha vendido durante mucho tiempo que las personas egocéntricas son buenos líderes precisamente porque su ego ambicioso les hace plantearse grandes e importante metas, y que en el logro de estas metas hay un factor de empuje y de crecimiento en la empresa. Algo de verdad hay en ello, pero sólo hasta cierto punto. Pasado este punto, este tipo de liderazgo exclusivamente basado en el ego, en el provecho propio, en el “siempre gano”, acaba estrellándose, pues no es capaz de ver y valorar los muchísimos matices que conforman la realidad, y que no se captan desde el ego, que requieren de otras antenas, más sutiles, para ser conocidos. La evidencia es múltiple no sólo en el mundo económico sino también en el político, donde personas que en un momento parecían dotadas de una varita mágica se desmoronan cuando se creen dioses, caudillos y agentes imprescindibles. Son muchos los castillos de naipes los que han caído, y las razones son casi siempre las mismas.
El dinero bien canalizado tiene además un enorme poder espiritual, en la medida en que permite a la humanidad hacer proyectos que beneficien cada vez a un mayor número de personas, y por ello aspiro a que una opinión pública iluminada pueda influir cada vez más en una sabia utilización del dinero en provecho de todos. Nos identificamos con el paradigma “ganar-ganar” frente al de “ganar-perder” con el que con frecuencia nos encontramos en el mundo de los negocios, y consideramos el éxito en sentido amplio como la capacidad para generar oportunidades de crecimiento a nuestro alrededor, trascendiendo la definición más restringida de éxito que sólo atañe a los propios resultados económicos. Por eso, creemos que solo se gana cuando ganan todos.
Cuando trabajamos con miras elevadas, el motor de nuestra acción redunda en armonía para todos y se orienta hacia la paz, el equilibrio económico y la justicia social. El nuevo paradigma nos impulsa así a la tarea que da sentido a nuestra existencia y nos conecta con la abundancia real, aquélla en la que todos ganan. Consideramos que el líder del Siglo XXI debe liderar con el ejemplo, y además debe ser un líder servidor.
Pienso que la rentabilidad real, sostenible en el tiempo, requiere un trípode en el que, además del beneficio, estén presentes la armonía y la creatividad. Para ello, proponemos el siguiente decálogo:
1) Aumentar el bienestar de los demás.
2) Respetar los compromisos financieros.
3) Actuar con ecuanimidad.
4) Transmitir sólo impresiones verdaderas.
5) Unir a la gente.
6) Hablar con profesionalidad y respeto.
7) Hablar sólo de cosas significativas.
8 ) Ser feliz con lo que tienes.
9) Celebrar los logros ajenos.
10) Ser consciente del potencial oculto de todas las cosas.
La Redacción