Reflexión ante el anuncio de la ruptura de la tregua por parte de ETA
Tras el anuncio de la ruptura de la tregua por parte de ETA el desafío se alarga. Junto a la gravedad de la noticia, podemos sin embargo constatar un aspecto alentador: hay una fuerza interior que se ha ido incrementando en la adversidad de todos estos años. Hay una fuerza silente que no alcanza titulares, pero que es innegable conquista en el ámbito particular de muchos ciudadanos. La travesía hasta la paz nunca será gratuita siempre y cuando logremos que el odio no anide en nuestro fuero interno.
Tras el 5 de Junio afrontamos una prueba titánica de fe, confianza en la acción policial y en una presión social que terminará por ganar el sentir de quienes hoy con su comunicado dinamitan esperanzas. La fe nos otorga el sentimiento de compasión para con las víctimas y victimarios, al tiempo que nos permite seguir plantados firmemente ante la barbarie. La fe nos permite vislumbrar el final de este largo túnel, seguir clamando sin revanchismos por el fin de esa violencia inhumana.
Al final de todos estos años de activismo por la paz, sólo desde una profunda y sólida fe podemos afrontar el mazazo del final de la tregua. Fe no necesariamente en el estricto sentido doctrinal católico, fe en el más amplio sentido de afirmación final del alma personal y colectiva; convencimiento de que los valores supremos de la razón y la convivencia armoniosa saldrán victoriosos y se instalarán por siempre; fe en que la bondad vencerá a la iniquidad; fe de que, pese a las malas noticias de hoy, nos aguarda un futuro de genuina paz, inaugurada por la anchura de miras, el perdón y la reconciliación.
La fe desborda los cauces de la religión institucionalizada. Más allá del dogma heredado, está también la fe en la humanidad, en la belleza y la luz intrínseca del humano, por más oscuridad que eventualmente manifieste; fe en que las gentes y los pueblos no avanzamos a la deriva, en que con estas pruebas maduramos, fe en un merecido amanecer que se resiste más de lo esperado.
Muy probablemente todo este pasado y presente convulso no ha sido en balde. De hecho una profunda carga de paz se está ya sedimentando en el alma ciudadana, ante los embates de la amenaza y el terror, al responder a los violentos sin rencor.
A la vuelta de todo lo que hemos andado por la paz, sólo nos queda persuadir en el empeño y jamás caer en la desesperanza. No dejemos de creer que, más pronto que tarde, será la buena nueva de las armas hechas arados, de la desaparición definitiva de ETA. Fortalezcamos la fe intangible de que la paz florecerá, de que iremos ganando el sentir de quienes ven en el terror ajeno progreso propio; fe prodigiosa de que la sinrazón no se perpetuará, de que vivimos el final de un tiempo de duras pruebas.
Un día miraremos para atrás y contemplaremos este tiempo del azote de la violencia como un difícil episodio superado, pero no como una experiencia baldía, pues el dolor habrá de seguro traído para entonces su debida recompensa de tolerancia y de luz.
Fundación Ananta