El tema que voy a plantear a la consideración de ustedes, amigas y amigos oyentes, tratará sobre determinados aspectos de la muerte. Es un tema que por su contenido, por sus características y por las reacciones que pueda provocar, podría ser delicado e incluso difícil. Ello es debido en gran medida, a lo poco que hemos querido familiarizarnos con su realidad a pesar de ser tan cotidiano y, además, más antiguo que la propia humanidad.

Por la índole de esta realidad, casi nadie ha querido interesarse por este tema. Pero pienso que nunca serán suficientes los esfuerzos que puedan realizarse para conocer el misterio de la muerte que, pienso, podría ser el nexo de unión entre las distintas etapas que forman el ciclo evolutivo del ser humano.

Nuestros convencionalismos occidentales han enquistado en nuestra mente una especie de fanatismo cuya tendencia es rechazar a priori cualquier información que nos pueda llegar y que desafíe nuestras ideas preconcebidas, particularmente si proceden de las escuelas filosóficas orientales. Esta actitud malogra la oportunidad de conocer otros puntos de vista, otros criterios y otros horizontes que podrían enriquecer e iluminar la realidad, para nosotros tenebrosa, que entendemos por muerte.

Este tema es extraordinariamente complejo, de aguas muy profundas y que abarca muchos conceptos. Nosotros vamos a entrar en él de puntillas, rozando su superficie, pero con la suficiente coherencia como para obtener una idea que nos permita una visión de conjunto lo más aproximada a su verdad, más allá de cualquier prejuicio, de cualquier convencionalismo o superstición. Es un tema tabú para muchísimas personas que se horrorizan con solo pensar en él. Y sin embargo pienso que el ser humano debe haber sentido desde siempre una preocupada curiosidad por el mismo. Saber lo que pueda pasar internamente en el momento de morir y qué puede haber más allá de ese momento es una constante que creo acompaña a la presente civilización y presumo que habrá acompañado a las pasadas. No sé si lo hará en las venideras, a la luz de los descubrimientos que puedan hacerse en el futuro en este campo específico de investigación.

Al hablarles a ustedes de la muerte, es evidente que no me baso en una experiencia recordada. ¡Ojalá fuese así!. Mis palabras tendrían mayor seguridad e imprimiría más autenticidad a la mismas. Probablemente habré pasado por esa experiencia muchas veces y puede que pase muchas más. Pero ello solo es, de momento, una mera hipótesis, como lo puede ser para ustedes. Una hipótesis que abarca también el acto de nacer en un cuerpo o forma material determinada. Porque en el mundo físico en el que vivimos y nos desenvolvemos, no puede concebirse la muerte si antes no ha existido un nacimiento. Esto, que puede parecerles a ustedes una perogrullada, es una de las bases en las que descansa el contenido de esta charla. Miren ustedes, nacemos y morimos y entre este principio y este final de etapa, existe un camino recorrido. Un camino en el que hemos sufrido, hemos experimentado, hemos gozado, hemos aprendido, hemos puesto en él algo de nosotros mismos…. En definitiva, hemos vivido. Pero ello

nos plantea una incógnita que a su vez genera una serie de preguntas; por ejemplo: ¿Hemos vivido realmente o solo nos hemos detenido en las ilusiones que emergen de nuestros sentidos físicos?. O ésta: ¿qué objeto, o qué sentido tiene, ha tenido o puede tener, la vida física?. O la que sigue: ¿Existe algo más allá de la muerte?, ¿cómo podemos saberlo?. Y así otras muchas preguntas que nos inducen a plantearnos la existencia de una Vida como la fuente de donde emanan las demás expresiones y manifestaciones de la misma en la infinita variedad que conocemos en nuestro planeta Tierra.

Contestar a todas estas preguntas, para mí, de momento, resulta imposible ya que solo puedo dar respuestas totalmente subjetivas e indemostrables. No existe otra opción, dados los escasos conocimientos y medios con que cuenta actualmente nuestra sociedad occidental, particularmente a nivel de masas, en la que solo se admite aquello que pueda ser demostrado o comprobado fehacientemente. ¿Cómo sé yo que existe algo más allá de la muerte si no me he muerto aún? Esta pregunta que ustedes podrían formularme en el transcurso de esta charla, puesto que desde el punto de vista objetivo, es decir, de lo tangible y visible, contiene una lógica aplastante, solo puedo contestarla admitiendo la hipótesis de la inmortalidad de la vida e investigando en esa dirección. Yo pienso que cuando un científico en el transcurso de sus investigaciones consigue algo concreto, para conseguirlo antes habrá tenido que plantearse una hipótesis o una serie de ellas que esas investigaciones llenarán de contenido hasta lograr el objetivo propuesto. En ese caso nos encontramos todos, incluso los más superficiales. Todos nos hemos planteado, de un modo u otro, el hecho de morir e incluso muchos hemos hecho conjeturas sobre lo que ocurrirá en ese momento. La mayoría han cruzado los dedos o han tocado madera, o se han persignado, pues todo depende de los prejuicios o supersticiones de cada uno, y lo han dejado estar. Han adoptado la táctica del avestruz. Otros, menos timoratos o más proclives y deseosos de saber, sí han penetrado y sustanciado esta hipótesis hasta llegar a sus conclusiones finales en donde rechazan o aceptan el contenido de tal hipótesis. En nuestro caso concreto las hipótesis que nos planteamos son las de la existencia del alma y la de su corolario, la reencarnación.

Existen distintos puntos de vista sobre estas hipótesis que analizaremos, aunque sea de manera somera más adelante. Estos puntos de vista – que no coinciden – pero que son defendidos con pasión por los grupos que los sustentan, nos inducen a pensar que algo debe haber más allá de la muerte que aún no conocemos porque, aparentemente, nadie ha regresado para contarlo, es decir, para contar la verdad de lo que allí pasa; pero los indicios que existen, indicios creíbles muchos de ellos, apuntan hacia ese algo que podría tener una explicación lógica y que la ciencia ortodoxa está investigando a través de la parasicología.

Analizando la hipótesis del alma, el primer paso para sustanciar la realidad de su existencia es establecer la supervivencia, aunque esto no probará necesariamente la inmortalidad. Miren ustedes, constantemente se está comprobando que algo sobrevive al proceso de la muerte y que persiste después de la desintegración del cuerpo físico. Si esto no es verdad, entonces muchos millones de seres humanos somos víctimas de una alucinación colectiva y mienten las miles de personas – desconocidas entre sí – que afirman que sí recuerdan la experiencia de la muerte y explican esta experiencia a los demás. Esta aberración colectiva es más difícil de creer que la alternativa de una expansión de conciencia.

El problema de la muerte se funda en el amor a la vida, el instinto básico más arraigado en la naturaleza del ser humano. No podemos ignorar determinados aspectos. Por ejemplo: la ciencia reconoce que nada se pierde, solo se transforma, desde la más sutil energía hasta la partícula de materia más densa y grosera. También la eterna supervivencia, de una forma u otra, es considerada universalmente como una verdad. Existen también los llamados fenómenos para-normales, esos indicios creíbles de los que hablábamos antes y que se están investigando por la ciencia. Alrededor de todo esto se han originado una larga serie de teorías que intentan explicar todo lo referente al fenómeno de la muerte pero desde esos distintos puntos de vista.

De todo este cúmulo de teorías podemos separar tres de ellas que podríamos considerar las más representativas y plantearlas como hipótesis que analizaremos superficialmente. La primera de ellas es la solución materialista. Ésta afirma que la experiencia y la expresión de la vida consciente continúan mientras la forma física tangible existe y persiste; pero también afirma que después de la muerte y la consiguiente desintegración del cuerpo físico, ya no existe una persona o entidad consciente, activa y auto identificada. El sentido del Yo, la percepción de la propia personalidad, en contraposición con las otras personalidades, se desvanece al desaparecer la forma. Esta teoría está basada en la insensibilidad del ser humano común hacia la vida fuera de un cuerpo físico; ignora, por tanto cualquier evidencia contraria a esta teoría y explica que, como no puede ver o comprobar a través de los sentidos físicos la persistencia del Yo o entidad inmortal después de la muerte, tal entidad no existe, por tanto rechaza la hipótesis de la existencia del alma.

Una segunda hipótesis es la de la inmortalidad condicional sostenida por conceptos teológicos estrechos. Afirma que solo quienes aceptan un conjunto peculiar de pronunciamientos teológicos pueden recibir el don de la inmortalidad personal. Existe un sector de personas altamente intelectuales que también arguyen que a quienes poseen una mente desarrollada y cultivada, don culminante para la humanidad según ellos, análogamente se les otorga la eterna supervivencia. Hay también quienes rechazan a aquéllos que consideran espiritualmente recalcitrantes o negativos a la imposición de su verdad teológica particular, lo cual condena a esos recalcitrantes a un total aniquilamiento como en la solución materialista, o a un eterno castigo que, al mismo tiempo, aboga por una especie de inmortalidad aunque sea en los infiernos. Las personas reflexivas consideran difícil de aceptar esta presentación. También existen las personas menos reflexivas, aquéllas que evaden la responsabilidad mental y que aceptan ciegamente tales pronunciamientos teológicos. La interpretación de determinadas religiones dada por sus escuelas ortodoxas y fundamentalistas, es la de proclamar un largo futuro, una especie de eternidad, un futuro que depende totalmente de las acciones del actual episodio de vida. No explican estas escuelas las distinciones y diferencias que caracterizan a la humanidad, es decir, los contrastes entre los pares de opuestos, como por ejemplo: ¿es congruente con la infinita justicia y bondad divinas el que a unos les dé un destino de sufrimientos y a otros una vida llena de venturas y oportunidades y al mismo tiempo les conceda una sola vida física para que se salven? ¿Igual al malvado que nació así de padres sin formar, llenos de ignorancia y de odio, que al santo que desde niño demuestra su fortaleza de espíritu, que ya sabe distinguir entre el bien y el mal y está lleno de amor por el semejante? Yo pienso que esto debe tener una explicación lógica porque de otra forma no tendría sentido la vida. Y esto que a simple vista parece una gran injusticia, se justifica diciendo que los inescrutables designios de la voluntad de Dios no deben ser puestos en duda. Millones de personas sostienen esta creencia, pero no de manera tan fanática como la sostenían hace cien años.

La tercera hipótesis es la teoría de la reencarnación – tan familiar para los orientales, particularmente entre los budistas y otras religiones afines – y que está adquiriendo una creciente popularidad en Occidente. Dicha teoría que en Oriente es enseñada como una verdad aceptada, se basa en el fundamento de un origen espiritual, de un descenso a la materia de ese algo espiritual, y de un ascenso por medio de las constantes encarnaciones en la forma, hasta que esas formas sean expresiones perfectas de la conciencia espiritual que mora internamente. También se basa en una serie de iniciaciones al finalizar el ciclo de encarnación, que libera al ser humano de la rueda de la vida o de las encarnaciones sucesivas por haber adquirido ya la perfección. Esta teoría está siendo cada vez más reconocida y aceptada y si la ciencia, a través de sus investigaciones de los fenómenos paranormales por medio de la parapsicología, pudiese descubrir el nexo de unión entre la vida física y la vida más allá del plano material aceptada por los orientales, probablemente la humanidad diese un paso decisivo en esta línea espiritual, se aceptase la reencarnación como hecho probado y por tanto se perdiese todo temor a la muerte.

Estas son las principales teorías que intentan resolver los problemas de la inmortalidad y, lógicamente, de la supervivencia del alma humana. Teorías que aspiran a dar una respuesta, válida para cada una de ellas, a las eternas preguntas respecto a cuándo, por qué, dónde y adónde, como planteábamos al principio aunque desde otro enfoque, es decir, cuándo se inicia la vida, el porqué de esta vida, dónde estamos situados en los esquemas de esta vida y adónde nos conduce. Las respuestas a estas preguntas nos darán la clave de la inmortalidad.

Vamos a profundizar un poco más en el fenómeno de la muerte utilizando las hipótesis de la existencia del alma y la de la reencarnación. Las dos se complementan, así lo creo, formando una sola, porque para mí, si existe la reencarnación es que existe el alma. Pero me gustaría citar dos frases; una atribuida a Pitágoras según sus biógrafos, que dice: “una vida en la carne no es más que una anilla en la larga cadena de la evolución del alma”. La otra está contenida en el Nuevo Testamento y refiere claramente que Jesús dijo que Elías había venido ya en la persona de Juan el Bautista, y cuya venida había sido anunciada por el profeta Malaquías. (Mateo XI – 14, 15; IV –5; XVII – 12 y 13. Y Marcos, IX – 10 y 12. Además el cristianismo primitivo incluía en su doctrina la reencarnación. Esta doctrina empezó a ser atacada e incluso anatematizada en un Concilio cuando la Iglesia ya organizada entró, en cierto modo, a formar parte del Estado.

En este campo del conocimiento en el que intentamos penetrar aunque solo sea de forma superficial como ya hemos dicho al principio, lo que sabemos lo conocemos solo por las referencias de los que creemos que “conocen”; aquellos que han recorrido un trecho de camino mucho más largo que el que hemos recorrido nosotros, que han adquirido mucha mayor experiencia, que han desarrollado los poderes del alma, latentes en cada uno de nosotros y que ven, oyen y perciben donde nosotros estamos completamente ciegos, sordos e insensibles. Los que a mí me inspiran una absoluta confianza porque algunas de estas referencias han sido contrastadas por la reflexión y aceptadas por esa respuesta interior intuitiva que me impulsa a admitir tales referencias como auténticas verdades más allá de toda duda. Las afirmaciones, las presuntas verdades que pueda hacer o presentar en esta charla no son mías -¡ojalá lo fuesen!-, pero las hago propias llevado por ese profundo convencimiento. Convencimiento que no puedo trasmitir a ustedes, por tanto todo lo que pueda decirles será para ustedes solo hipótesis que aceptarán, o rechazarán, según sea su respuesta interna. Solo les pido una actitud mental abierta y receptiva, sin reservas, aunque con ese sentido discriminador que separa lo falso de lo verdadero.

La muerte es un proceso misterioso al cual está sujeto todo lo que respira en el planeta, y que frecuentemente solo constituye el fin temido, temido por no ser comprendido tal proceso. Nuestra mente está aún tan poco desarrollada que el temor a lo desconocido, el terror a lo no familiar y el apego al cuerpo físico, han provocado una situación en la que uno de los acontecimientos más benéficos en el ciclo de vida de un ser humano, como es la muerte, es visto como algo tenebroso, espantoso, catastrófico, que debe ser evitado y postergado el mayor tiempo posible.

La muerte, si pudiéramos comprender esto, es una de las actividades que más hemos practicado. Hemos muerto muchas veces y moriremos muchas más porque el fenómeno de la muerte es, esencialmente, un estado de conciencia, o mejor dicho, un proceso de transición entre dos estados de conciencia. En ciertos momentos estamos plenamente conscientes en el plano físico; en otros nos retraemos a otro plano más sutil y estamos en él activamente conscientes. En la medida que nuestra conciencia se identifica con el cuerpo tangible, el aspecto forma, en esa medida la muerte continuará ejerciendo sobre nosotros ese terror ancestral que ha venido acompañándonos desde siempre, como si fuese nuestra sombra. Tan pronto nos reconozcamos como almas y descubramos que somos capaces de enfocar a voluntad nuestra conciencia y sentido de percepción en cualquier otro plano más sutil que el físico, habremos perdido nuestro temor a la muerte.

La muerte para el hombre medio es un final aparentemente desastroso, pues implica la terminación de todas sus relaciones humanas, la cesación de todas su actividad física, la ruptura de todos los signos de amor y de afecto, y el tránsito, involuntario y disconforme a lo desconocido y temido. Es lo mismo que salir de una habitación iluminada y agradable, cordial y familiar, donde están reunidos nuestros seres queridos, y pasar a la noche fría y oscura, solos y aterrorizados, esperando lo que vendrá y sin ninguna seguridad.

Pero olvidamos generalmente que todas las noches, durante las horas de sueño, morimos en lo que respecta al plano físico y vivimos y actuamos en otro lugar. Olvidamos también que hemos adquirido la facilidad de dejar el cuerpo físico – la mayoría de las personas de buena voluntad e inteligentes la han adquirido – pero que aún no podemos conservar en la memoria del cerebro, los recuerdos de esa muerte y del consiguiente intervalo de vida activa en otro nivel, y no relacionamos la muerte con el sueño. Después de todo la muerte es solo un intervalo de descanso más largo o extenso en la vida de acción en el plano físico; “nos vamos al exterior de vacaciones” – si es que puedo utilizar esta expresión que entrecomillo – por un período de tiempo más prolongado. Pero el proceso del sueño diario y el de la muerte son idénticos, con la única diferencia que en el sueño el hilo magnético o corriente de energía a través del cual circulan las fuerzas vitales – algunos lo denominan cordón de plata – se mantiene intacto y constituye para el alma el camino de retorno al cuerpo. Para los que no están familiarizados con esta fraseología, quiero aclarar lo siguiente: Cuando una persona duerme en sus horas de descanso, el Ego o Alma sale del cuerpo al cual deja en su sueño (necesario para la reparación del mismo). El alma queda unida a su cuerpo denso por un hilo magnético como ya hemos dicho, y en almas muy evolucionadas – que pueden abandonar el cuerpo a voluntad y desplazarse a largas distancias – este hilo magnético se alarga tanto como la distancia que recorre, y no se rompe. En caso de muerte es el propio Ego el que rompe el hilo magnético y el alma abandona definitivamente el cuerpo. Cuando esto acontece el ego ya no puede volver al cuerpo físico denso, y al faltarle a ese cuerpo el principio de cohesión o energía emanada del alma, se desintegra. ¿Qué pasaría en el planeta Tierra si de repente le faltase la afluencia de la energía solar y otras energías cósmicas? Según lo que contestan los sabios y científicos ante esta eventualidad, nuestro planeta moriría y se desintegraría al cesar la vida o energía que lo anima y que mantiene su cohesión. En el mundo físico habitado, todo lo que respira reproduce incesantemente este drama que igual se produce a nivel cósmico que al nivel celular de un insecto. Es la vida que anima la forma y se oculta en ella, la cual, periódicamente se retira y reaparece ocupando nuevas formas cada vez más organizadas y perfeccionadas.

El temor a la muerte es producto de nuestra ignorancia, de nuestro egoísmo, de nuestros instintos animales. El terror ante el acto de morir, el horror a lo desconocido y a lo indefinido; la duda respecto a la inmortalidad; el pesar a tener que abandonar a los seres queridos o ser abandonados por ellos; las antiguas reacciones a las pasadas muertes violentas, arraigadas profundamente en el subconsciente; el aferramiento a la vida del cuerpo físico al estar profundamente identificado con él en la conciencia; las viejas y erróneas enseñanzas referentes al cielo y al infierno, siendo particularmente esta última, una perspectiva desagradable para cierto tipo de personas…Y así una interminable serie de secuencias, todas ellas dimanantes de ese temor generado por nuestra ignorancia y nuestro egoísmo instintivo. La muerte, más bien, es un proceso de transición como ya he dicho antes, entre un estado de conciencia en el plano físico y otro estado de conciencia en un plano más sutil. Cuando morimos, generalmente entramos en una vida más plena. Se produce una liberación de los obstáculos del vehículo carnal y ello supone para el alma una liberación totalmente desconocida para nosotros. Para los seres humanos no evolucionados, la muerte es un sueño y un olvido. La mente no está suficientemente desarrollada ni despierta para reaccionar y el archivo de la memoria está prácticamente vacío.
Para el hombre común y bueno, la muerte es la continuación en su conciencia del proceso de la vida, y lleva a cabo las actividades y tendencias de esa vida. Su conciencia y sentido de percepción son los mismos e invariables. No percibe mucha diferencia, está bien cuidado, y a menudo no se da cuenta que ha pasado por la muerte. Para el perverso y cruel egoísta, el criminal y esos pocos que viven únicamente para el aspecto material, se produce una situación como si estuvieran atados a la tierra. Los vínculos que han forjado con la tierra y la atracción hacia ella de todos sus deseos, les obliga a permanecer cerca de la misma y de su último medio ambiente terrenal. Tratan desesperadamente, por todos los medios posibles, de volver a establecer contacto con el mismo y penetrar en él. Al no conseguirlo sufren horriblemente. Podría extenderme en estos aspectos, pero sería alargar excesivamente esta charla que ya por sí misma, puede resultarles fatigosa. Para el ser humano evolucionado espiritualmente, la muerte es la entrada inmediata en una esfera de servicio y de expresión a la que está muy acostumbrado y percibiendo enseguida que no es nueva. En las horas de sueño ha desarrollado un campo de servicio activo y de aprendizaje. Ahora sencillamente funciona en él las 24 horas del día (hablando en términos del plano físico) en lugar de las breves horas de sueño en la tierra.
Otro temor que induce a la humanidad a considerar la muerte como una calamidad, es el que han inculcado determinadas religiones teológicas, ortodoxas y fundamentalistas; el temor al infierno, el temor a la imposición de castigos comúnmente fuera de toda proporción por los errores cometidos durante la vida física, y al terror impuesto por un Dios iracundo que no se compagina en absoluto con esa maravillosa Realidad de lo divino; también a las amenazas de horrendos castigos si no se someten a los mandatos de sus sacerdotes.

Afortunadamente ya son mayoría los creyentes que no aceptan a un Dios iracundo y vengativo, que no creen en el infierno ni tampoco en esos horrendos castigos. Creen, sí, en un gran principio de amor que anima a todo el universo; creen en la Presencia de Cristo indicando a la humanidad la realidad del alma y que somos salvados por la vivencia de esa alma, y que el único infierno que existe es la tierra misma, donde aprendemos a trabajar por nuestra propia salvación, impulsados por el principio de luz y de amor e impelidos por el ejemplo de Cristo junto al anhelo interno de nuestra propia alma.

Con esto, intento plantear que el actual temor a la muerte debe ceder su lugar a una inteligente comprensión de la realidad y ser reemplazado por el concepto de continuidad que niega toda interrupción, y también enfatizar la idea de que existe una vida, una entidad consciente que adquiere experiencia a lo largo de muchas encarnaciones. Pero nos falta aún mucho camino que recorrer para que nuestra comprensión nos permita ver la ley, nos permita ver el propósito y la belleza de la intención subyacente en lo que hasta ahora ha sido el mayor terror y temor del ser humano, es decir, la muerte.

Cuando se rompe el hilo magnético o cordón de plata que une el alma al cuerpo físico, se produce la muerte; el alma se desprende de éste y nace a una vida más plena en un plano más sutil que muchos denominan la vida en el plano astral. El cuerpo físico, al faltarle la energía que lo animaba, se desintegra y los materiales que lo formaban retornan a la fuente de donde salieron. Este proceso de desintegración, mientras dura, retiene al alma en cierto modo cerca del cuerpo. De ahí que los Conocedores sugieran la conveniencia de la cremación del cuerpo en lugar de su enterramiento. A la vez que esta cremación constituye una medida higiénica de gran alcance que, probablemente en un futuro no muy lejano, los gobiernos, y también los municipios, la adopten e implanten, acelera muchísimo el proceso de restitución de la materia, por el alma, al lugar de donde provino, es decir al depósito universal. A esto se le denomina el acto o la ceremonia de la restitución. El alma, después de ello, queda libre de estas ataduras físicas y puede continuar su propio camino.

Ahora, en esta recta final de la charla, voy a tratar de determinadas fases del proceso de desencarnación que requieren toda nuestra atención porque contienen algunos tecnicismos. Para entrar en materia vamos a formularnos una pregunta: ¿Qué sucede en el acto de morir y cuáles son las primeras actividades y reacciones de un hombre corriente después del acto de restitución de los materiales del cuerpo físico al depósito universal de sustancia? Los Conocedores señalan algunas de ellas, por ejemplo, el proceso oculto de la muerte es, de manera muy resumida, el siguiente: la primera etapa consiste en retirar la fuerza vital del vehículo etérico del cuerpo físico denso; se inicia el proceso de “corrupción” o desintegración. El hombre objetivo desaparece y el ojo físico ya no lo ve aunque aún se halla en su cuerpo etérico. Para los que tienen la vista etérica desarrollada, el abandono del cuerpo físico denso constituye una “liberación”. Las fuerzas vitales después de seguir un proceso de abstracción muy complejo, se centralizan totalmente en el alma. Todo esto puede parecerles fantástico. Ustedes pueden aceptarlo o rechazarlo según sea su respuesta interna. Puede que venga un tiempo en el que la ciencia descubra esto. De momento esto pueden aceptarlo como una hipótesis, como ya se ha mencionado antes. Continuando con la relación de este proceso resumiré algunas de sus etapas.

a). El alma lleva a cabo su propósito de retirarse a su propio plano. Ello produce un proceso interno y se evoca una reacción interna en el hombre, en el plano físico.

b). Tienen lugar ciertos hechos fisiológicos donde se halla asentada la enfermedad, están vinculados con el corazón y afectan al sistema nervioso en sus diferentes expresiones, a la corriente sanguínea y al sistema endocrino.

c). Una vibración corre a lo largo de los “nadis” (la contrapartida etérica de los nervios, es decir, de todo el sistema nervioso). Los “nadis” responden al impulso directriz, reaccionan a la “atracción” del alma y se organizan para la abstracción.

d). La corriente sanguínea es afectada en forma oculta. Las glándulas del sistema endocrino, en respuesta a la “llamada de la muerte”, es decir a la orden del alma, inyectan en la corriente sanguínea, una sustancia que a su vez afecta al corazón. Allí está anclado el “hilo de vida”. Esta sustancia en la sangre es considerada como productora de la muerte y una de las causas básicas del estado de coma y de la pérdida de conciencia. Evoca una acción refleja en el cerebro.
e). Se produce el temblor psíquico cuyo efecto es aflojar o romper la conexión entre los “nadis” y el sistema nervioso; por ello el cuerpo etérico se desprende de su envoltura densa aunque aún la interpenetra.

f). Se produce frecuentemente una pausa en este punto de corta o larga duración que permite que el proceso de aflojamiento se lleve lo más suavemente posible y sin dolor. Dicho aflojamiento de los “nadis” comienza en los ojos. Este proceso de desprendimiento a menudo se demuestra en el relajamiento y falta de temor que el moribundo demuestra frecuentemente; evidencia una condición de paz y la voluntad de irse, más la incapacidad de hacer un esfuerzo mental. Parece como si el moribundo, conservando aún su conciencia, reuniera todos sus recursos para la abstracción final.

g). El cuerpo etérico organizado, desprendido de toda relación nerviosa debido a la acción de los “nadis”, comienza a recogerse para la partida final. Se retira de las extremidades hasta la requerida “puerta de salida”, enfocándose alrededor de esa zona donde está “su puerta”, esperando el tirón final del alma directriz. Hasta aquí esto ha proseguido de acuerdo a la voluntad magnética y atractiva del alma, respondiendo a la Ley de Atracción. Ahora se hace sentir otro “tirón” o impulso atractivo. El cuerpo físico denso, la totalidad de los órganos, células y átomos, se van liberando constantemente de la potencia integradora del cuerpo vital mediante la acción de los “nadis”, y comienza a responder al tirón atractivo de la materia misma. Esto se ha denominado la “atracción de la tierra” y es ejercida por esa misteriosa Entidad que llamamos el “espíritu de la tierra”. Resumiendo este proceso dual de atracción tenemos: 1º. El cuerpo vital se está preparando para “irse”; 2º el cuerpo físico responde a la disolución. Naturalmente este proceso es mucho más complejo, pero no continúo porque se haría interminable esta charla.

h). El cuerpo etérico sale del cuerpo físico denso en etapas graduales y por un punto escogido de salida. Cuando ha terminado de salir, el cuerpo vital asume entonces los vagos contornos de la forma que energetizó, haciéndolo bajo la influencia de la forma mental que el hombre ha construido de sí mismo durante años. Todo este proceso descrito tan superficialmente, se acelera notablemente por la cremación, como ya he comentado anteriormente.

Este punto de “salida” al que me he referido antes, según el grado de evolución del moribundo, puede estar en el plexo solar o en el cerebro, en la cima de la cabeza. Protegiéndolos hay una trama sólidamente tejida de materia etérica compuesta por hebras entrelazadas de energía vital. Para los niños y para los hombres y mujeres poco evolucionados, polarizados en sus cuerpos físico y astral, la puerta de salida está en el plexo solar, y esa es la trama que se rasga y permite salir a la fuerza vital. En el caso de tipos mentales, de seres humanos más altamente desarrollados, se rasga la trama encima de la cabeza o región de la fontanela, permitiendo la salida del ser racional pensante. Pero hay una tercera salida situada más abajo del vértice del corazón, cubierta, como las otras, por una trama etérica sólidamente trenzada. Esta salida es utilizada por hombres y mujeres bondadosos y bien intencionados, buenos ciudadanos, amigos inteligentes y trabajadores filántropos, es decir, los que ayudan a los demás de forma desinteresada y altruista. Todo esto, de manera gradual, llegará a ser de común conocimiento en Occidente, lo cual, en su mayor parte, es conocido por pensadores de Oriente, y es un primer paso para la comprensión racional del proceso de la muerte.

Como ya he dicho, el proceso es mucho más complejo y extenso para profundizar en él, rebasa con mucho las pretensiones de esta charla que solo intenta dar una idea muy somera del proceso de la muerte. Continuando con esta relación y según lo que señalan los Conocedores, el hombre desencarnado llega a ser consiente de sí mismo. Esto involucra una claridad de percepción desconocida para este hombre mientras ha estado encarnado en el cuerpo físico. El tiempo ya no existe tal como lo entendemos corrientemente, y a medida que este hombre dirige su atención a su yo emocional, surge invariablemente un contacto directo con el alma. Durante un brevísimo espacio de tiempo, el alma responde, y la naturaleza de su respuesta es tal que el hombre, situado en su naturaleza astral, ve ante sí, como en un mapa, las experiencias que ha tenido en su reciente encarnación. El hombre registra y siente que el tiempo no existe. Como resultado del reconocimiento de dichas experiencias, el hombre aísla esas tres experiencias que constituyeron los tres principales factores condicionantes en la reciente vida y que contienen la clave de la futura encarnación que iniciará más adelante. Todo lo demás es olvidado y todas las experiencias menores desaparecen de su memoria no quedando en su conciencia nada más que lo que los Conocedores denominan “las tres simientes o gérmenes del futuro”, relacionadas de manera peculiar con los átomos permanentes físico y astral. Estas tres simientes y los dos átomos permanentes, producen la quíntuple fuerza creadora de las formas que emergerán más tarde y que constituirán los nuevos vehículos del alma. La primera simiente determinará más adelante la naturaleza del medio ambiente físico, en el cual ocupará su lugar el hombre que retorna a la tierra. Está relacionado con la cualidad de ese medio ambiente futuro, condicionando así el campo necesario o zona de contacto.

La segunda simiente determina la cualidad del cuerpo etérico como vehículo a través del cual las fuerzas o energías pueden hacer contacto con el cuerpo físico denso. Para mayor comprensión quiero aclarar que, según los Conocedores, el alma al reencarnar dispone de tres vehículos muy diferentes entre sí. Uno es el cuerpo físico compuesto de cuerpo físico denso, la parte visible y tangible, constituido por los tres elementos sólido, líquido y gaseoso, y del cuerpo etérico que algunos denominan el doble etéreo, como ya hemos dicho, por constituir una copia exacta del cuerpo físico denso; está compuesto de materia etérica en sus cuatro gradaciones de densidad que algunos denominan éter 1º, 2º, 3º y 4º, de acuerdo con la densidad y ritmo vibratorio del mismo, teniendo en cuenta que densidad y vibración son inversamente proporcionales. Entre las distintas funciones que tiene el cuerpo etérico, está la de transmitir las fuerzas vitales al cuerpo físico denso; sin estas energías este cuerpo no podría vivir.

Un segundo cuerpo es el cuerpo astral o emocional, también se le denomina el cuerpo de deseos por ser éste la sede de las emociones y deseos del ser humano; algunos le llaman el cuerpo Kama-manásico, los teósofos particularmente. Está muy desarrollado en la actualidad y en él se centran la mayoría de los hombres y de las mujeres que componen la humanidad. Esto podría explicarnos las actitudes y conductas impulsivas y emocionales tan características de la actual humanidad y que desembocan frecuentemente en la histeria colectiva. Ejemplo de ello son los arrebatos de las masas, bien producidos por el fanatismo, por los odios o por los fervores. Ese es el peligro actual de la gran mayoría de la humanidad que, al tener una mente poco desarrollada, actúa más por sus impulsos emocionales que por su pensamiento reflexivo y acepta, a veces ciegamente, lo que mentes bien entrenadas dirigidas por voluntades firmes, ponen ante sus ojos induciéndoles a defenderlo como cosa propia, sin caer en la cuenta, porque no piensan, de que están defendiendo intereses, muchas veces egoístas, bien particulares o bien de grupos de presión.

El tercer cuerpo es el cuerpo mental; algunos lo dividen en cuerpo mental superior o mente abstracta, y cuerpo mental inferior o mente concreta. Este cuerpo es el que media entre el alma y la personalidad, y transmite los impulsos o las ideaciones del alma al cerebro físico a través del cuerpo astral y doble etéreo. Este cuerpo, situado en el plano mental es llamado por determinadas religiones orientales, “devachán”, y constituye, a partir del tercer sub-plano del plano mental, el cielo para los cristianos. El plano mental es el plano donde mora el alma.

Estos tres cuerpos están constituidos por materia correspondiente al plano en el que se desenvuelven, es decir que el cuerpo mental está constituido por materia mental, el astral, por materia astral y el físico por materia física. El alma se desenvuelve y se manifiesta a la vez por medio de estos tres cuerpos. Entrar en más detalles sobre los mismos, constituiría materia para otra charla.

Continuando con la relación de la acción de la segunda simiente, que es de lo que estábamos hablando antes de esta aclaración, la cualidad de la parte etérica o doble etéreo del cuerpo físico es determinada por esta segunda simiente; delimita, así mismo, la estructura etérica o red vital por la cual circularán las energías entrantes, y está particularmente relacionado con ese centro especial, entre los siete que posee, que estará más activo y tendrá mayor vitalidad en la futura encarnación (plexo solar, cardíaco, laríngeo, pituitario, coronario, etc.).

La tercera simiente da la clave del cuerpo o vehículo astral en el que estará polarizado el hombre en siguiente encarnación. Recordemos que estamos hablando de un hombre corriente, no de un hombre muy evolucionado que indudablemente se polarizará en su cuerpo mental. Esta tercera simiente es la que por medio de las fuerzas de atracción, pone al hombre otra vez en relación con quienes amó u odió anteriormente, o estuvieron en estrecho contacto con él. Debería aceptarse como un hecho dentro de la hipótesis en la que nos estamos desenvolviendo, que la idea de grupo o grupal – pongan toda su atención en esto- es la que rige subjetivamente todas las encarnaciones, y que el hombre encarnado renace no solo por el propio deseo de obtener experiencia en el plano físico, sino también por el impulso grupal y de acuerdo al karma grupal, además del propio. Sé que esto es difícil de comprender; pero que una vez que sea verdaderamente captado y entendido todo esto; desaparecerá en gran parte el temor que engendra la idea de la muerte. Lo que nos es familiar y amado lo seguirá siendo porque la relación entre las personas que nos son familiares y amadas, ha sido estrecha y firmemente establecida durante muchas encarnaciones.

Después de la muerte y particularmente cuando ha tenido lugar la cremación del cuerpo físico, el hombre en su cuerpo astral está tan consciente y atento en su medio ambiente como cuando estaba vivo en el plano físico; naturalmente esto depende de su grado de percepción y de observación. No todos estamos igualmente despiertos – en el sentido de la percepción – ni todos somos igualmente conscientes de las circunstancias o de la experiencia inmediata. No obstante, debido a que la mayoría de las personas somos más conscientes emocional que físicamente, y vivimos en gran medida enfocados en nuestros vehículos astrales, estamos bastante familiarizados con el estado de conciencia astral en el que nos situamos al desencarnar, es decir en el plano astral. Pero quiero aclarar que un plano es esencialmente un estado de conciencia y no un lugar según podríamos pensar.

La destrucción de la forma, es decir, la muerte del cuerpo físico que tanto tememos la mayoría, es de poca importancia para quienes saben que la reencarnación es una ley básica de la naturaleza y que no existe la muerte. Las fuerzas de la muerte prevalecen hoy en el mundo, sí, pero son las fuerzas que matan y destruyen la libertad en sus valores más elevados, son las fuerzas que matan y destruyen la verdad y matan y destruyen los valores espirituales superiores. Y éstos son los factores vitales en la vida de la humanidad; la muerte del cuerpo físico es algo insignificante en relación con esto porque puede ser fácilmente corregido por los procesos del renacimiento y de la nueva oportunidad.

El temor, ese morbo que el tema de la muerte evoca corrientemente y el miedo a encararlo con comprensión, se debe a lo plenamente identificados que estamos con el cuerpo físico. Creemos que nosotros somos el cuerpo y si desaparece el cuerpo desaparecemos nosotros; es el temor que nos inspira nuestro egoísmo por nuestros apegos a las cosa familiares y materiales que abandonamos al morir, es el temor que nos inspira nuestra ignorancia que nos hace imaginar que vamos a penetrar en la más agobiadora soledad, más aparente que real e imposible de describir. Sin embargo esta aparente soledad que acontece después de la muerte, cuando el hombre se encuentra a sí mismo sin un vehículo físico, no tiene comparación con la soledad del nacimiento. Al nacer, el alma se encuentra en un nuevo ambiente, sumergida en un cuerpo que al principio es totalmente incapaz de valerse por sí mismo o de establecer un contacto inteligente con las condiciones circundantes durante un largo período de tiempo. El ser humano viene a la encarnación sin recordar su identidad o lo que para él significa el grupo de almas encarnadas en esos cuerpos con los que está relacionado; esta soledad desaparece gradualmente con el tiempo y sólo cuando establece sus propios contactos personales, descubre a los que congenian con él, y poco a poco reúne a su alrededor a quienes considera sus amigos. Después de la muerte no sucede lo mismo porque el hombre encuentra en el “más allá” a quienes conoce y se vincularon con él en la vida del plano físico, nunca está solo tal como el ser humano entiende la soledad; también es consciente de los que poseen aún cuerpos físicos; puede verlos, captar sus emociones y también sus pensamientos. Si tuviéramos un mayor conocimiento del proceso de la muerte, temeríamos más a la experiencia del nacimiento que a la de la muerte, porque el nacimiento encierra al alma en la verdadera prisión – su cuerpo físico – y la muerte es solo su primer paso hacia la liberación.

He intentado exponerles algunos apuntes – muy elementales – del proceso de la muerte puesto que este proceso, como les vengo diciendo, es mucho más complejo, profundo y amplio.

Les he hablado a ustedes desde mis más profundas convicciones, hijas de muchas reflexiones, de largas lecturas porque no se estudia bastante sobre
un tema tan complejo y abstruso. Me ha impulsado a hablar de ello la muerte de mi hijo, el dolor desesperado de mi esposa y mi persistencia para hacerle comprender la serie de razonamientos que he intentado exponer en esta charla. Quizás ello pueda servir a otros. A mí me ha servido de mucho para controlar ese dolor desesperado que intentó apoderarse de mi ser. Pero mi convencimiento de que el alma, el Pensador, la conciencia espiritual que mora internamente, no sufre en absoluto al pasar por este trance, por el que vuelve a recuperar su libertad, me ha hecho ver claro que es nuestro egoísmo, nuestro apego y nuestra ignorancia los que no aceptan el vacío que se les produce, y se rebelan contra algo – la muerte – que es un hecho familiar para el alma.

Quiero expresar a todos ustedes mis más expresivas gracias por su paciencia.

BIBLIOGRAFÍA

CONCEPTO ROSACRUZ DEL COSMOS,,,,,,,,,,,,,,,,,Max Heindel

EL HOMBRE Y SUS CUERPOS ……………………….. Annie Besant

EL HOMBE VISIBLE E INVISIBLE ……………………. C. W. Leadbeater

LA DOCTRINA SECRETA ………………………….. H. P. Blavatski

TRATADO SOBRE FUEGO CÓSMICO ………………. Alice A. Bailey

TRATADO SOBRE MAGIA BLANCA …………………… Alice A. Bailey

TRATADO SOBRE LOS SIETE RAYOS (Tomo IV) Alice A. Bailey

LAS LLAVES DEL REINO INTERNO Dr. Jorge Adoum

LA BIBLIA

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