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1.     Jesús estaba sentado en meditación silenciosa al lado de un manantial. Era un día santo y cerca del lugar había mucha gente de la casta de los siervos.

2.     Jesús vio en cada rostro y en cada mano las líneas duramente marcadas por los trabajos cotidianos. No había en aquellos rostros ninguna mirada alegre, pues no podían pensar en nada más que trabajar.

3.     Jesús habló a uno y le dijo: ¿por qué estáis todos tan tristes? ¿No tenéis felicidad en vuestra vida?

4.     El hombre contestó: Apenas sabemos el significado de esa palabra. Trabajamos para vivir y no esperamos nada más que trabajar y bendecir el día en que podamos abandonar nuestro trabajo y yacer en el descanso de la ciudad de los muertos de Buda.

5.     El corazón de Jesús se llenó de piedad y amor hacia estos pobres obreros, y les dijo:

 

6.     El trabajo no os debería entristecer; los hombres deberían sentirse más felices cuando trabajan. Cuando el trabajo está sostenido por la esperanza y el amor, toda la vida se llena de alegría y paz, y eso es el cielo. ¿No sabéis que ese cielo es para vosotros?

7.     El hombre contestó: Hemos oído hablar del cielo, pero ¡está tan lejos y debemos pasar tantas vidas antes de llegara él!

8.     Y Jesús dijo: Hermano mío, te equivocas al pensar así; tu paraíso no está lejos; no es un país a alcanzar; es un estado de la mente.

9.     Dios no hizo nunca el cielo para el hombre, ni tampoco hizo el infierno; nosotros mismos creamos nuestro propio lugar.

10.  Por eso, dejad de buscar el cielo en el firmamento: abrid las ventanas de vuestro corazón y aparecerá un cielo como una corriente de luz que os dará una alegría desbordante. Y el trabajo no será una tarea cruel.

11.  La gente estaba sorprendida y se apiñaba para oír a este joven y extraño maestro.

12.  Y le suplicaban que les hablara más del Padre-Dios, del cielo que los hombres pueden conocer en la tierra y de esa alegría desbordante que existía.

13.  Jesús les contó una parábola, y dijo: Un hombre poseía un campo cuya tierra era árida y pobre.

14.  Trabajando constantemente apenas podía conseguir bastante comida para atender las necesidades de su familia.

15.  Un día un minero que acostumbraba a observar debajo de la tierra, yendo de camino, vio a este pobre hombre en su campo estéril.

16.  Llamó al desamparado trabajador y le dijo: Hermano, ¿no sabes que justo bajo la superficie de tu árido campo yacen escondidos ricos tesoros?

17.  Tu aras, siembras y cosechas en cantidad muy escasa, y día a día estás pisando una mina de oro y piedras preciosas.

18.  Esta riqueza no se encuentra en la superficie de la tierra, pero si cavas en ese suelo rocoso y ahondas profundamente en la tierra, no tendrás que labrar el suelo nunca más.

19.  El hombre le creyó; pensó: seguro que el minero tiene razón; encontraré los tesoros escondidos en mi campo.

20.  Entonces levantó el suelo rocoso y en la profundidad de la tierra encontró una mina de oro.

21.  Y Jesús dijo: Los hombres trabajan sin cesar en las llanuras del desierto, en las arenas ardientes y las tierras rocosas, están haciendo lo que hicieron sus padres, sin soñar siquiera que pueden hacer algo más.

22.  Escuchad, el maestro viene a los hombres y les habla de una riqueza escondida, y les dice que bajo las rocas de las cosas carnales hay tesoros que ningún hombre puede contar.

23.  Y que en el corazón se encuentran las gemas más ricas, y el que lo desee puede abrir esa puerta y encontrarlas.

24.  Entonces la gente dijo: Enséñanos el camino para encontrar toda la riqueza que se esconde en los corazones.

25.  Y Jesús les mostró el camino; los trabajadores vieron la vida desde otra perspectiva, y el trabajo se volvió alegría.

El Evangelio Acuario de Jesús el Cristo, de Eva S. Dowling (1907),  capítulo 31, página 79, Editorial Abraxas (2002)