De las más de treinta camas que tenía instaladas en mi casa solo ha quedado una pequeñita. Alguien se tomó la molestia de dejarla en el mismo sitio donde horas antes había una gran cama, mi cama. Estaba hecha con amor y por encima de la almohada, adornada con flores, había una palabra que me ha impactado: determinación.

Cuando los BK hacían los retiros en mi casa solían dejar notitas por todas partes describiendo las virtudes del alma: paciencia, generosidad, humildad, sencillez, aceptación, compasión, entusiasmo, felicidad, amabilidad, esperanza… Ellos han sido los últimos en venir y mi regalo para esta gente bonita era que se llevaran todo lo que quedara de la mudanza. Habían depositado tanto esfuerzo y amor en este proyecto. Lo habían disfrutado tanto. Habían sido tan felices en esta montaña de ángeles…

El día ha estado plagado de cientos de anécdotas. Vendí el último espejo por lo que aún no he podido afeitarme. También un objeto por valor de casi trescientos euros. A la persona que lo compraba se lo dejé por 20 euros. Aún tuvo tiempo de pedirme que le hiciera una rebaja y que se lo dejara por 15. Me pareció todo tan trágico y ridículo, con tanta falta de sensibilidad. No por el precio simbólico que le había puesto al objeto en cuestión, sino por el ánimo ancestral de regatear por algo tan ridículo. Me preguntaba qué podía hacer una persona con esos cinco euros excepto perder su dignidad. ¿En qué se los habrá gastado? Ni siquiera era un objeto de primera necesidad, sino un simple y puro capricho. ¿Ese es el valor del alma, del orgullo humano, de sus miserias? Uno nunca termina de sorprenderse con la raza humana. Hay que ver donde estamos…

Por suerte ese tipo de cosas, de pequeños gestos que tanto me hacen pensar sobre donde nos encontramos, son compensados con otros de calado más positivo. Como ese generoso amigo que ante un precio estipulado ha pagado el doble, o esos otros que ya entrada la noche se han presentado con unos refrescos y unas patatas compartiendo la que ha sido la última “cena” mientras hablábamos y quemábamos en la chimenea cosas peculiares como aquellos calzoncillos que tuve que comprar en Alemania cuando me fui la primera vez con lo puesto o esos viejos calcetines que nunca supe de quién era pero que ahí estaban, compartiendo espacio con los restos. La quema de “gayumbos” en presencia de personalidades ha sido un último acto de rebeldía. ¿A alguien se le ocurriría quemar ropa interior delante del cura, del médico y del alcalde del pueblo para calentar el vacío de una estancia tan llena? Pero esos no eran “gayumbos” cualesquiera y merecían una quema digna. Cena humilde pero plagada de simbolismo. Alguien incluso notó que el sillón que quedaba y donde estaban sentados fue aquel tan famoso sillón que rescaté de un basurero a modo de protesta ecológica. Ahí seguía, adornado con un hermoso mantón comprado en Calcuta que decoraba felizmente su azul escarlata. La pobreza dela Indiaadornando la pobreza de Occidente. Qué gran lección la de hoy… ¿Pero quién mira hoy día los detalles, los pequeños gestos? La selecta aristocracia que algún día deambuló por estas cuatro luminosas paredes jamás pensaría que la última cena sería humilde, pero digna.

Así han sido las anécdotas del día y de la noche. Ya no queda nada en casa excepto la mesa de escritorio y la silla, las alfombras de los perros que intuyen que algo gordo, algo que se escapa a sus consciencias está pasando y algunos restos de cenizas de la chimenea que aún desprende calor.

El resultado de la venta de todo, absolutamente todo lo que había en esta casa no ha llegado a dos mil euros. Justo lo que pagaba al mes por esta casa. Qué ridículo. Vender media vida por un mes de hipoteca. Pero no importa, ese es el justo valor de las cosas. En la otra vida, cuando todos vayamos, nada de lo que poseemos podremos llevar, excepto esa cómica imagen de quema irreverente de “gayumbos” en la última cena. Un último guiño cósmico a esta singular historia.

A pesar de todo, me siento satisfecho y feliz porque sé que alcanzaremos estas alturas para seguir adelante… Y esta vez a lo Juan Salvador Gaviota, libre de todo equipaje…

Javier León, 25 febrero 2012

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