El dolor ajeno es una de los territorios más sagrados. Impone supremo respeto. Hay que “guardar armas” ante el sufrimiento del prójimo. De ahí la contención imprescindible, la pupila cortés en el análisis del legado de Hugo Chávez. Vemos pasar ante su cuerpo inerte muchas gentes humildes, doloridas y ello inspira inevitable compasión. Reverenciamos el cristal de esas lágrimas puras, que además salen de los rostros más castigados, de los más relegados. Son las lágrimas de los últimos, de su gente, de la que creyó ver el amanecer desde las colinas depauperadas del Caracas “bolivariano”. Sí, con Chávez creyeron llegar su momento, la hora ansiada, la revolución merecida. Íntima y suprema consideración por lo tanto, como no podía ser de otra forma, por esas lágrimas sinceras, por el pesar ajeno ante la partida del carismático líder que quiso inaugurar nuevo tiempo.
Un acuciante interrogante acompaña sin embargo la primera consideración. ¿En tanto que líder incuestionado y plenipotenciario, cómo les dejó tan atrapados? ¿Cómo no les llevo más lejos, no les mostró más luminosos y motivantes escenarios? ¿Cómo les mantuvo tan acorralados en el perímetro de rencor, en la estrechez de la perenne revancha? ¿Cómo no les acompañó, desde su enorme apego al micrófono, fuera del pozo del victimismo, hasta páramos de más genuina liberación humana? Seguramente el comandante no les podía liderar hasta esa geografía más radiante, libre de ofensa y confrontación que él mismo no divisaba, que ni siquiera estaba en sus mapas de las mil un batallas… Primero hay que atisbar el horizonte humano de integral emancipación, allí donde el sufrimiento deviene recompensa en forma de perdón, amor y luz.
El fin está en los medios. Nunca una verdadera liberación se puede gestar a partir de sentimientos tan polarizados. Sí, los petrodólares daban para sembrar imprescindibles dispensarios y escuelitas en todas esas barriadas olvidadas, pero no hay progreso humano posible mientras que el enemigo siempre esté fuera, mientras el rencor sea uno de los principios aglutinantes. El verdadero líder ha de saber que tan limitante es la cárcel de la postración social, como la inquina, la animadversión, en este caso constantemente inoculadas por los medios oficiales. La primera aprisiona los cuerpos, las segundas las almas.
Reverenciamos pues esas lágrimas que ahora mojan el cristal del ataúd del líder partido, pero que esos mismos ojos puedan ver más esperanzado, puedan atisbar amaneceres libres de sombra, de abismos entre humanos. Sí, claro que ha llegado su hora, su momento de emancipación, pero de ellos y ellas mismas y sus propias limitaciones; el momento de su soberanía sin necesidad de delegar tanto su propio poder, de otorgar a la revancha su energía, su potestad a caudillos personalistas, lastrados de particular ambición y resentimiento. Sí, ha llegado la oportunidad de todas esas miradas ahora humedecidas, de que exploren en más ancho y positivo. Sí, ha llegado el turno de todas esas lágrimas, de toda esa gente que ha aguantado tanto oprobio y marginación, pero que no necesita aglutinarse en contra de nadie, sino en pos de su herencia de justicia social y dignidad.
No somos más libres a fuerza de insulto y bravata ante el ‘imperio peligroso’; ficción de sentirnos liberados a cada palabra que hiere, en vez de a cada ladrillo que construye. Servir al pueblo no es confrontarlo día sí y al otro también contra el enemigo de turno, sino trabajar por su progreso y genuina liberación, por elevar su nivel de instrucción y de conciencia. Gobernar el país a golpe de consignas “antis” entraña fatales riesgos, principalmente el de la patente de corso que se autootorga el gobernante, pudiendo éste incurrir en los mayores despropósitos, sin ser por ello siquiera censurado.
Fueron cayendo uno a uno los espejismos, que época tras época, con dosis de furia e idealismo, pero sin madurez, fuimos construyendo. El futuro ya nos ha alcanzado. ¿Seguiremos situando siempre los “monstruos” fuera, o seremos capaces de concluir que el otro mundo posible depende más de nosotros/as mismos/as, de nuestro propio nivel de maduración, valentía y coraje, de nuestra capacidad de sobreponernos a las dificultades del momento? ¿O por el contrario, seguiremos echando la exclusiva culpa al «imperio» y “los antichavistas” del momento, de que aún la utopía disponga de tan acotado terreno, de que apenas cuente con unos cimientos cansados de aguardar encima una nueva, prometedora y fraterna civilización?
Koldo Aldai, 8 marzo 2013