Belleza y ternura a raudales de la pluma de Cayetana Guillén hoy en «El Mundo». Son los días postreros del padre de la artista y prometedora escritora. Toda apunta a que la marea de las «batas blancas» está bien fundamentada, pero ahora reparamos en esa apuesta blanca en su versión más silente, más oculta; revolución del instante, de la sonrisa puntual y el gesto ubicado.

Ahora traemos al muro la revolución de la palabra amable, del «Cola Cao caliente», de la «persiana medio abierta»… Ahora acercamos a la pantalla la revolución perenne de la ternura de estas y otras tantas «sirenas» repartidas por toda la geografía hospitalaria… Koldo Aldai , 24 enero 2013

Las últimas sirenas
Por Cayetana Guillén Cuervo

Pensaba qué escribir. Y pensaba en ellas. Que dedican su vida a los demás, y que lo hacen dentro de su rutina, sin darle importancia. Sin menciones, sin alfombra roja, sin preguntas. Con algunas respuestas. Pocas. Suficientes para calmar la angustia del que aterriza en un mundo desconocido, paralelo al otro donde se mueven los demás entre sus problemas cotidianos.


Ellas (Eva, Carmen, Jessi) son enfermeras del Hospital de Sanchinarro. Y manejan la enfermedad de los demás entre sus ganas de vivir y sus propios tiempos, con sensibilidad, con cuidado, con fuerza de voluntad, con la conciencia de que la vida, la del sol, la de la luna llena, la de los paseos frente al mar, también es esa, la de los pasillos de hospital donde te enredas cuando la enfermedad llama a la puerta y no se marcha más.

Cada una a su manera, cuidaban de mi padre con ternura y con una sonrisa en la boca. Y él las llenaba de piropos por comprenderle, por tener paciencia y ganas de escuchar a un extraño, que desde sus ojos verdes trataba de seducirlas para ser, al menos, un extraño un poco especial. Y lo conseguía. Pero sólo porque ellas le dejaban. Y calentaban de nuevo el Cola Cao de la merienda, colocaban su almohada por décima vez, el móvil cerca, sus gafas más cerca y al caer la noche la persiana siempre medio abierta.

El horizonte, desde su cama, parecía la línea de alta mar. Un mar azul oscuro, casi negro, pero un mar. Siempre tenían una palabra amable, un suspiro, una mano enredada a su mano que intentaba mitigar el dolor, la desesperación, la claustrofobia. Siempre a nuestro lado. Siempre al suyo.Una nueva familia que soportaba las horas de unos días casi interminables con una entereza que sin querer, era una lección para los que a su alrededor, tratábamos de acostumbrarnos. Buena gente. Buena y preparada.

Porque manejar el dolor ajeno no es fácil. Muchos ojos te buscan alrededor, y te piden soluciones, urgencia en situaciones muy complicadas. No hay palabras que coloquen en su justa medida la importancia de su comportamiento. Nunca suficiente la gratitud. Nosotros nos fuimos. Pero ellas se quedaron allí sujetando otra manos, ayudando a vivir a otro enfermo desconocido para quien serán, seguro, las últimas sirenas de ese horizonte azul oscuro casi negro que quedará para siempre en mi recuerdo.