En las pantallas de los cines se libra en nuestros tiempos enconada liza: por un lado películas oscuras de odio, sangre y violencia, por otro películas bellas, rebosantes de creatividad, valores y esperanza. Las hay que levantan trincheras, las hay que las allanan. Por ahora son tablas. No se sabe quien ganará. De nosotros depende alimentar una u otra conciencia, una u otra taquilla.
La taquilla de «Feliz Navidad» merece ser visitada en estos días. La película de Christian Carion nos muestra que las más confrontadas trincheras pueden desaparecer diluidas por oportunas dosis de arrojo y humanidad. Basada en hechos reales, esta gran producción de reciente estreno nos sitúa en el escenario de la primera guerra mundial y nos acerca a los combatientes de uno y otro bando, a los soldados franceses, británicos y alemanes hostigándose desde sus defensas. En unas fechas como éstas, hartos de combatir, por encima del odio instalado, decidieron compartir cantos, cigarros y gozo navideño.
La película nos muestra en definitiva que todas las trincheras pueden desaparecer, tras una gran nevada, a partir de un pitillo compartido, tras el canto sublime de una soprano danesa. El film franco-alemán nos sitúa ante el mayúsculo dilema que, en definitiva, afronta la humanidad: mantener y fortalecer las trincheras o por el contrario acabar por siempre con todas ellas.
Muestran callos nuestras manos de tanto asir la pala. Cavamos trincheras en la tierra, en las praderas de la política, la ideología, la economía, la cultura, el deporte. Cavamos también trincheras en los cielos, incapaces de esbozar una misma oración, de clavarnos ante un mismo altar, de clamar a un mismo Origen de infinito amor.
La esperanza de la humanidad es el hastío de divisiones y fronteras. Al igual que en la pantalla, son los cigarros, los villancicos, los chocolates. a compartir en el terreno de nadie, en el terreno de todos. Van callando todas las cornetas que ayer alentaban a la batalla, hartos de dispararnos desde todas las defensas.
¿Queda ya hoy algo por defender que no sea la paz, la sanación de la Tierra y el pan en todas las mesas; que no sea nuestra propia sobrevivencia, nuestra sana convivencia en la diversidad? Ya nos matamos una y mil veces, por una y mil excusas. A la vuelta de una historia de dolor y rencor, prendamos el fuego de la esperanza en mitad de todas las trincheras.
Contagie nuestra vida algo del mensaje de ese celuloide. Abandonemos los fusiles en el fondo de nuestras trincheras, iluminemos árboles en medio de las tierras minadas. No aguardemos futuras navidades, no esperemos que sea el otro el primero en asomar su casco, en dar el primer paso sobre el paisaje blanco, en encender el primer pitillo para los labios «enemigos». Compartamos humos y futuros, dulces y horizontes, villancicos y alboradas. Ahora o nunca, todos los ojos de todas las trincheras del pasado confían en nosotros. Ellos no pudieron, era aún temprano, el viento era más helado, no tenían teclado, ni pantalla, ni SMS. para preparar el abrazo de gentes y pueblos, de orillas y continentes, de religiones y civilizaciones.
La Redacción