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Septiembre 2012, por Laura Molero, voluntaria en Calcuta

Me llamo Laura y soy estudiante de medicina. Este verano, 4 compañeros y yo fuimos a Calcuta con “Colores de Calcuta” para ver cómo trabajan, cooperar con ellos y aprender de todo aquel que pasara por delante de nosotros. Antes de irnos no tenía muy claro si podríamos ayudar lo suficiente allí, creía que necesitaban algo más que alguien que venga del otro lado del mundo para jugar y aprender, pero ilusión y ganas no me faltaban. Es más, creo que es lo primero que he hecho en mis 20 años que me hacía sentir algo tan grande.

Estuve en Calcuta 21 días. Los fines de semana íbamos a Anand Bhavan a estar con las niñas de la casa de acogida y entre semana íbamos al centro médico de Pilkhana.

En el centro médico aprendimos a explorar pacientes de una forma diferente de cómo se hace aquí. Tuvimos la oportunidad de ver patologías que en España ya casi no se ven, aprendimos que la forma de vida que llevas es fundamental para tu salud y la de los que te rodean. Allí también pudimos estar en la guardería y en el centro de desnutrición. Tan poquitos días no nos dejaron ver realmente cómo los niños avanzaban y crecían, pero pudimos ver en fotos cómo llegaban los niños al centro y cómo eran ahora: unos rebeldes sonrientes con ganas de jugar y divertirse. Creo que nunca me olvidaré de Puja, la pequeña que entró en el programa cuando nosotros estábamos allí. El primer día la trajo su madre para una revisión y nos explicaron que sufría una importante desnutrición y raquitismo. Pude ver como los primeros días no era capaz de estar sola sin que nadie la cogiese y no aceptaba nada de lo que le dabas, pero tengo su imagen del día que nos fuimos: sentadita en el suelo sola con un enorme globo entre sus manos. Estaba avanzando.

Tuvimos la oportunidad de visitar dos hospitales en Calcuta. Ninguno se parecía a los que tenemos en España, pero realmente valió la pena verlo. Mientras visitábamos el hospital público, imágenes como estas son las que me aparecían en la cabeza:

“Ponte el gorro, sácatelo, vuélvetelo a poner, acuérdate de ponerte los peúcos, aquí vigila que hay una ralla y te los tienes que volver a quitar, ponte la mascarilla, lávate antes de operar, no toques absolutamente nada porque todo es estéril, que te ayuden a ponerte la bata, los guantes… Limpia la zona, coge la aguja con pinzas y empieza a coser…”.

Pero allí no hay esos gorros, ni esos peúcos, ni eso llamado “estéril”. Son salas sucias con algunos focos de luz, ventanas y puertas abiertas al exterior, algunos ventiladores y con los números de las camas pintados a mano en la pared. El primer día de nuestra visita salimos bastante impactados. Como decía el Dr. Mustaphi, no era a lo que estábamos nosotros acostumbrados, pero vinimos a ver cómo era Calcuta en todos los aspectos.

Las niñas de Anand Bhavan han sido para mí un ejemplo de fuerza y valor. A menudo me preguntaba cómo podían ser así teniendo tan poco. La alegría que desprendían en cada juego, las ganas que tenían de que conocieses su vida, de que les explicaras la tuya y de compartir tradiciones de estos dos lados del mundo. Los dos últimos días fue cuando vi con mis propios ojos las ganas que tenían de llegar lejos, de ser algo más que una mujer que vive por y para sus hijos y su marido. Vi que el proyecto que Antonio Mesas creó hace años está consiguiendo “salvarlas”. “¡Yo quiero ser médico!”, “¡Yo quiero ser enfermera!”, te decían. Y sólo se me pasaba por la cabeza: OJALÁ puedas.

Al irnos, nuestra visión de la ciudad, de las cosas y de la gente era completamente diferente. Seguíamos viéndola sucia, ruidosa, agobiante e intranquila pero aprendimos a apreciar lo que hay escondido entre tantísima miseria, encontramos el orden dentro de todo ese caos.

Ahora sé que lo que necesitan allí es ver que hay algo más allá de su cultura y su religión, ver que te interesas por lo que hacen, pasar horas y horas con ellos sin importar el reloj, agradecerles lo que hacen por ti, valorar lo que dan a los más desfavorecidos…

Me fui de Calcuta con muchísimo más de lo que yo había podido dar.

Nunca sabré expresar cómo te sientes estando allí, cuando la gente te mira y te sonríe, te persiguen para verte y saludarte, te abrazan y con lágrimas en los ojos te piden que no te vayas. Ves cosas que no creías que verías nunca y lo más simple es lo que te hacen sentir más llena. Es difícil escribir en un papel esta experiencia. Sólo os digo que es algo que hay que vivir.

Una vez en España, aquí ya nada me parece tan fuerte, tan duro, tan sucio como lo que vi en Calcuta, pero también puedo decir que nada aquí me parece tan verdadero.

Gracias al Dr. Mustaphi, por habernos dado la oportunidad de conocer esta realidad y dejarnos aprender de él, a María de Muns, por cuidarnos tanto y por enseñarnos que el amor es lo que mueve al mundo, a Antonio Mesas, por hacernos partícipes de su fabuloso proyecto, y a todas y cada una de las personas que forma parte de Colores de Calcuta, por hacernos ver la realidad de las cosas.

Desde pequeñita me dijeron que es malo coger las cosas sin permiso. Lo siento, pero yo me llevé a mi casa un trocito de cada una de las personas que conocí en Calcuta.