Recojo ramas caídas en el corazón del bosque antes de que se acerquen las copiosas lluvias anunciadas. Lo de apretar un botón y empezar a sentir calor es sólo cosa de nuestros días. Llevamos una vida tan sedentaria que después nos quejamos de los achaques. Ayer teníamos que ir a los bosques, sumergirnos en sus mágicos corredores y acarrear el hatillo de leña para calentar el hogar, para cocinar nuestra cena.
Lo acabamos de ver en la India. Al atardecer los caminos se inundaban de mujeres, cada una con su «sari» más colorido y bello, su movimiento más elegante, digno y grácil; cada una con su pesado hatillo de leña en la cabeza. Allí, cena caliente es igual a largo sendero en pos de ramas caídas. Ahora a miles de kilómetros de distancia, trato de tomar ejemplo. Recojo leña y agradezco a cada árbol el regalo que me proporciona para calentar mi hogar. Agradezco también la generosidad de la Madre que me ofrenda astillas de todos las formas y tamaños para poder encender mi fuego.
Hasta lo más cotidiano acoge su misterio profundo. Sólo resta que lo descubramos. Hasta ese aparente capricho de las mil y un formas y grosores de la madera tiene una finalidad, tiene el objetivo bien práctico de que el humano sobreviva al invierno. Después de todo, era el árbol lo que nos permitía ver sin pavor acercarse los fríos. El árbol muere un poco cada día en sus ramas caídas para que nosotros vivamos. Todo se ofrenda al humano, ¿pero qué devuelve el humano? El animal no puede hacer acopio de ramas, buscar y arrugar el periódico de ayer y raspar la cerilla. Los árboles dejan caer sus miembros. Con la ayuda del viento se desprenden de una parte de sí por nosotros. Todo conspira por nuestro bienestar, ¿pero qué hacemos nosotros/as por la armonía y la sustentabilidad de cuanto nos abriga y rodea?
¿Y si lo más revolucionario que uno pudiera hacer fuera recoger leña seca y asumir una vida sencilla y austera, solidaria con cuantos parten su leña a la vera de las llamas? Recogiendo leña seca en el bosque me hago solidario con un pasado de esfuerzo y desafío por la vida, con un presente de cientos de millones de mujeres, hombres y niños que cada tarde salen al paso de lo que les regala el bosque cercano. Ahora que nos iniciamos en una nueva etapa comunitaria (http://conotrasmanos.jimdo.com/) la idea de la vida sencilla y en comunión con la Tierra late con fuerza en el interior. No podría ser de otra forma. Disfruto llenando mi cesto. Me hago uno con la Madre. Recojo las ramas caídas y al asirlas agradecido ya siento el calor que en breve han de desplegar y regalar sin medida. Bendito sacrificio para que no tiritemos de frío, para que nuestra vida se perpetúe.
¿Y si ahora lo que toca es devenir bosque soberbio, encadenarnos a ese linaje de sacrifico, emular la leña seca, dejarnos prender por lo Alto? ¿Y si ahora prima calentar al mundo, ofrendarnos cual leña seca a la humanidad que atraviesa vallas y tirita? En mitad del encinar y sus devas y sus elementales y su compañía insustituible, mi cuerpo se inclina y mi corazón medita. ¿Cómo de dispuestas se encuentran nuestras ramas que el Misterio Creador recoge con Sus Manos cuidadosas? ¿Cómo de seca estará nuestra leña, cómo de preparada a inmolarse en el fuego de fraterno e incondicional amor, que más pronto que tarde inundará la tierra entera?
Koldo Aldai, 18 de marzo de 2014
* En la imagen madre e hija con su respectivos hatillos de leña a la cabeza. Van con dos pequeños. La imagen la hemos obtenido en nuestro reciente viaje al Rajasthan rural y profundo (https://www.fundacionananta.org/web/index.php/escritos/36-escritos-por-un-mundo-mejor/2172-causas-solidarias-de-fundacion-ananta-en-2014).