El otro día un amigo me comentaba sobre su situación laboral. Tanto en el departamento donde él trabaja como a nivel de presidencia, el estilo de mando en la empresa se basa en los gritos, las descalificaciones personales y las relaciones verticales de poder, derivando en comportamientos que en muchos casos rozan la falta de respeto por parte de los jefes hacia sus subordinados. En esas condiciones, la vida laboral se ha convertido tanto para él como para muchos de sus compañeros en una lucha constante, que a menudo acaba minando su autoestima e incluso su salud. Aunque posiblemente sea irrelevante, quisiera aclarar que estoy hablando de una compañía de tamaño considerable y operaciones a nivel internacional y de un profesional bien cualificado y con amplia experiencia.
En base a la conversación que tuvimos, se me ocurren varias preguntas: ¿Qué puede llevar a las personas en el poder, de las cuales se asume su profesionalidad, a este tipo de comportamientos? ¿Qué es lo que lleva a los empleados, también profesionales, a aguantar y callar ante tales faltas de respeto?, y por último, ¿Qué podemos hacer para que este tipo de dinámicas desaparezcan de nuestras empresas? Si bien la situación de mi amigo probablemente sea un caso extremo, en general opino que nuestro tejido empresarial está falto de mayor humanidad y conciencia y que muchos de nuestros directivos necesitan menores cantidades de ego y mayores dosis de verdadero liderazgo. Un cambio profundo es necesario, lo cual se ha hecho más patente si cabe en el contexto de crisis que estamos viviendo.
Esto me lleva a una idea básica: el cambio sólo puede venir desde dentro y ahí es donde el coaching tiene mucho que aportar. Nuestros entornos profesionales sólo pueden evolucionar a medida que nosotros evolucionamos como individuos, a medida que vivimos más de acuerdo con nuestros valores y menos regidos por nuestros miedos, que son los que alimentan y perpetúan situaciones como las descritas por mi amigo. El “ordeno y mando” no sirve cuando se trata con profesionales conscientes de sí mismos y de la aportación que pueden hacer a la empresa y a la sociedad. De la misma manera, un directivo que ha trabajado en sí mismo, que se ha enfrentado a sus debilidades y saboteadores y que se ha esforzado en mejorar como persona, estará más capacitado para mover a otros a la acción de una manera más humana, consciente y sabia.
Tengo el convencimiento de que se está produciendo un cambio a todos los niveles de nuestra sociedad. Esto todavía no se ha hecho muy patente en las empresas, que en muchos casos lo que hacen es aprovechar la crisis para excusar comportamientos abusivos con sus empleados. En nuestra vida, cuando no aprendemos de nuestros errores, las lecciones tienden a hacerse más grandes hasta que las circunstancias adversas nos hacen reaccionar. Ese símil se puede aplicar al mundo de la empresa y a la llamada al despertar representada por la situación económica actual. Todos somos responsables, y posiblemente sean las nuevas generaciones las que empujen el cambio necesario. Si hoy toca aguantar a un jefe que nos respeta poco, recordemos eso en el futuro cuando nosotros mismos estemos en la posición de mando. Aprendamos de nuestra experiencia, de manera que nos comportemos con otros como nos hubiera gustado que nos trataran a nosotros, y no lo contrario. A todos los niveles, los humanos tendemos a repetir lo que hemos visto hacer a otros. Como también ocurre individualmente, es sólo nuestra mayor responsabilidad y conciencia la que puede sacarnos de esos círculos viciosos y hacernos evolucionar a nivel colectivo.
Mucho se ha escrito sobre liderazgo y sobre qué define a un verdadero líder. Para mí, algo imprescindible y que muchas veces se ignora a favor de las cualidades de comunicación o aptitud técnica es la calidad humana. Es fácil ser jefe y mover a otros a través del miedo, mucho más difícil inspirarles y motivarles para que optimicen sus talentos innatos. Por tanto, alguien que se esfuerza en mejorar como persona y en ver a los demás en su humanidad, no como objetos para lograr un resultado, tiene mucho ganado en la difícil profesión de ser líder. En nuestra sociedad, la autoridad basada en los galones va perdiendo valor frente a la autoridad moral, aquella que se impone a otros en base al respeto y la admiración. Y que mejor manera de fomentar éstos últimos que ofrecer respeto y confianza, que creer en la capacidad de nuestros colaboradores (definición que prefiero a la de subordinados) para sacar lo mejor de sí mismos. Es de este modo como se crea la excelencia empresarial y se alimentan la visión de futuro y el disfrute en el trabajo.
Hablar de pasarlo bien en el trabajo puede parecer frívolo en el contexto actual, cuando simplemente tener un empleo es algo para considerarse afortunado. En mi opinión, no se trata de frivolidad sino de todo lo contrario. En muchas instancias, traer el disfrute, la emoción y la pasión a la empresa puede ser el antídoto que asegure la supervivencia. Pienso que la crisis que vivimos es, antes que una crisis económica, una crisis de valores y de liderazgo. A medida de que más de nosotros vivamos y trabajemos de acuerdo con nuestros valores más elevados, aumenta la posibilidad de que la sociedad en conjunto siga la misma evolución, máxime si nuestros líderes, con su poder de acción, experimentan también un crecimiento en su conciencia. En este cambio que se está produciendo, la empresa, dado su poder económico y su enorme influencia en la sociedad, tiene un papel fundamental. Esto es una enorme responsabilidad y a la vez una gran oportunidad para sus dirigentes.
Por Eva Hernández/ Executive Coach