No sabemos cuándo caerán los generales birmanos, cuándo cederá tanta injusticia y oprobio, pero las conquistas de esta pacífica revuelta son ya evidentes. La lección de compasión militante y de no violencia activa de los monjes y monjas de Birmania ha asaltado las cabeceras de los periódicos y noticiarios de todo el mundo. La marea azafrán ha desembarcado triunfante en los corazones de buena voluntad de todas las latitudes. ¿Alguien puede hablar con justicia de fracaso?
Los logros sociales no siempre se pueden reflejar en cambios repentinos y tangibles de las estructuras políticas, sino en avance de la conciencia colectiva. En este caso el progreso se ha operado a nivel planetario y no sólo de un país, pues su ejemplo de impecabilidad ha desbordado todas las fronteras. Así se escribe la historia: testimonios de luz que aparecen y desaparecen, hasta que la humanidad atrapa y hace suya esa luz.
Las revoluciones son también de azafrán. Hay otro mundo posible y otra forma de empujar el progreso de los pueblos. Erramos con el improperio, levantamos en balde los puños. No merece la pena blandir nuestra ira, confiando subvertir un orden, una situación injusta. Tenemos siempre una oración colectiva al alcance de los labios, unas avenidas abiertas a los pasos firmes y silentes.
Por el grito atemperado, por los ideales recosidos con amor y compasión, por los monjes y monjas y todos los represaliados de Birmania que ahora soportan en la sombra el peso de la ignominia, por sus pasos valerosos, por su testimonio decidido del que tanto hemos aprendido.
La Redacción
Fundación Ananta