Sí, nuestros hermanos mayores, los que más saben, los que más han crecido. La sangre que en estos momentos circula por nuestras venas y arterias, anteriormente, muchas veces, durante miles de años, ha sido savia en ellos.

Los árboles son los seres vivos más antiguos que existen. Los que más experiencia de vida han acumulado. Han sido testigos de acontecimientos lúdicos y trágicos, festivos y caóticos, y de todos ellos han sabido sobrevivir. Nos enseñan cómo la cordura y el sentido común siempre acaban imponiéndose sobre el miedo y la sinrazón. Por tanto, son unos auténticos maestros de los que podemos aprender.


Los árboles son autosuficientes. Ellos crean su propio alimento. Con sus raíces ahondan la tierra, haciendo un trabajo de auténticos titanes, buscando las sales minerales y el agua necesarios para su propia autonomía personal. No esperan que alguien les resuelva sus necesidades. Ellos ponen los medios necesarios para tener cubierto lo que necesitan en cada momento. No tienen ningún afán de guardar, atesorar, pues están anclados y presentes en el aquí y ahora. Por naturaleza, son dadores de vida, su identidad es la gratuidad.

 Los árboles, cuando tienen ramas enfermas, cierran los conductos de savia, las deja secar y las hace caer al suelo. Lo que no les sirve y está siendo perjudicial, lo abandonan. Carecen de dependencias tóxicas para seguir su evolución y crecimiento.

Ellos cuidan el medio en el que nos movemos y estamos. Nos protegen de los rayos solares, amortiguan la contaminación acústica, sus hojas inmovilizan las partículas de polvo que flotan en el aire. Un solo árbol, cuando es adulto, nos da todo el oxígeno que necesitamos para toda nuestra vida, al igual que lo hicieron con las generaciones anteriores a nosotros, y lo harán, ¡claro que lo harán!, con las generaciones venideras, con la particularidad de que son los mismos árboles, al vivir varios siglos. Ellos ya están aquí preparándolo todo con premura y respeto. No tienen ningún contador de servicios prestados, ni tampoco nos hacen pasar por caja.

Ellos nos enseñan el camino de la superación. Son seres sociables, indicándonos cómo somos más fuertes desde la organización.

Los árboles para vivir no nos necesitan a nosotros para nada, pero nosotros sin ellos no podemos estar aquí, nuestra existencia no sería posible sin su oxígeno.

Sembremos, plantemos árboles para poder sanar nuestra persona, nuestros pensamientos y sentimientos. Sembrar árboles es un acto de generosidad, al devolver a la tierra  el árbol que nos ha prestado. Entonces nuestras acciones también serán de la altura de nuestros Hermanos Mayores.

Lo verdaderamente importante es muy sencillo.

Ildefonso García

Responsable del Proyecto Plantamos Árboles

http://plantamosarboles.jimdo.com
 
plantaarboles@hotmail.com