Unos días de aislamiento voluntario en una especie de “cueva” fría y desconectada del mundo me han venido bien para ver la vida de forma diferente, pausada, con un ritmo más acorde con los tiempos que se aproximan. Cuatro días sin Internet, sin teléfono, en silencio, en ayuno, en meditación u oración según la hora del día y según el momento, solitario, ausente, inmóvil. La ausencia de estímulos externos hace que la mente se calme y los pensamientos se desaceleren. Las emociones se recolocan y se apaciguan, la energía vital se recompone, el cuerpo descansa, los canales se alinean ante la pureza del momento y el alma, aliviada, entra con fuerza y habla desde el silencio y la senectud.

Se crea una chispa de luz, pequeña pero suficiente para alumbrar en la noche oscura. Aparecen los “tejedores” y la luz se expande poco a poco como una malla sedienta. La mente se desarrolla acorde al nuevo estímulo y su poder se acrecienta.

La autoiniciación, de obligado cumplimiento para aquellos que no comen carne ni tienen televisión y practican el celibato y se abstienen de beber alcohol y de fumar, no pretende ningún tipo de perfección, únicamente pretende cierta luz, cierta visión de las cosas. Y esos pequeños secretos que se desvelan tras el velo no son sino cosas sencillas que pretenden conferir a la vida un sentido diferente.

No se encuentra ningún tipo de pureza en esos actos, ni se pretende porque lo que es puro no puede de momento pertenecernos. Pero sí se pretende cierta ligereza de equipaje que nos ayude a ir aún más lejos, cierto balón de oxigeno que nos impulse a caminar con la mirada recta y el corazón abierto. Estar limpios por fuera ayuda a que la contaminación interior no nos nuble en exceso. Por eso el espíritu, cuando tiene la posibilidad de impactar a los vehículos de la personalidad, siempre dice con voz alta y clara: “ganaremos esas alturas para seguir adelante”.

{jcomments on}Y cuando he salido de la “cueva”, mi barba había crecido, y también mis ganas de seguir descubriendo luminarias y el placer y la sabiduría de las cosas que contienen todos esos mundos que nos esperan. Ganas de seguir compartiendo, de seguir en contacto con lo sutil, con absoluto valor, con fe perfecta. Ganas de ser más eficaz y tener una vida más enfocada hacia lo verdaderamente importante. Ganas de seguir hollando el sendero sin temor, con alegría y confianza en la luz de nuestra alma.