Zurran duro en estos momentos los policías en Madrid, pero también, en esfuerzo de compasión, podemos llegar a pensar que, abusos aparte, los agentes, la clase política no saben cómo hacerlo de otra forma. Muy probablemente los antidisturbios que ahora agitan su porra junto al Congreso, no saben mantener “el orden” de otra manera, el político adentro de la Cámara seguramente es presa del mismo y monumental despiste. Quizás los manifestantes también. Probablemente todas/as estamos cautivos/as de una desorientación que nos desborda en estos instantes.
Puesto que tocamos fondo, hagamos silencio. Puesto que la confusión se generalizó, hagamos paz en nuestros adentros. Empecemos pues a caminar sobre seguro, tras los valores eternos, tras las apuestas que no caducan. Cede el individualismo y nace la apuesta por el bien común. Cede el desarrollismo desnortado y nace la economía sostenible, amante de la naturaleza, respetuosa de los humanos. Cede la democracia vertical, supuestamente representativa y nace la democracia radial sustentada en gentes proactivas unidas por las nuevas tecnologías. Cede el acero y sus aristas y sus plásticos que lo inundan todo y renace la madera y los cestos de mimbre y el fuego en el hogar y el cuento y los cantos olvidados… Cede el auto arrasador y renace la bicicleta y el saludo cordial a la puerta de casa. Cede el tener y brota el ser, cede el materialismo y se abre ventana a un horizonte eterno…
Ceden tantas cosas y están llamadas a nacer tantas otras. Quizás no nos alcance el tiempo para sostener las pancartas, quizás tenemos tantas cosas por recrear, por hacer nacer de nuevo que no podamos ocuparnos de la protesta. Corrupción a un lado, es posible que en la Carrera de San Jerónimo no alcancen a manejarse en medio de la gran tormenta política y económica. El momento es llegado, el futuro ya nos ha alcanzado. Es hora del relevo proactivo, de responsabilidades mayores, en menor medida seguramente tiempo de pulsos y tomas de palacios Es la oportunidad de desempolvar y poner sobre el tapete común nuestros mapas hacia la nueva tierra pura y fraterna.
El sistema hace aguas por doquier, la civilización se agota. Ya no es cuestión de recambio político, sino de reemplazo de modelo civilizacional. Ya no es tema del Rajoy o el Rubalcaba de turno, es más bien cosa de sincerarse y terminar de reconocer que un mundo caduco expira y nace otro. Empieza a aflorar una nueva civilización basada en el cooperar y el compartir, en el “juntos podemos” y el amor a la Tierra y a sus Reinos.
Tienta la pancarta, pero en el fondo de nosotros/as mismos sabemos que ésa no es la exclusiva solución. Tienta la algarada porque es mucho más fácil gritar ante la policía y los políticos que calzar buzo, apartar los cascotes y ponernos a construir un mundo nuevo. Venimos de recorrer la Galicia profunda, venimos de vuelta de las mil y un ruinas comidas por el musgo, de visitar las mil y un casas en el campo a precios de saldo. Delante de todo humano está la pancarta y está la opción de hacer realidad en su entorno lo que reza la pancarta. ¿Cuándo vaciaremos las megaciudades? ¿Cuándo volveremos a esas ruinas abandonadas? ¿Cuándo soltaremos la predominante dinámica de protesta y comenzaremos a levantar con ladrillos y pasta de sueños los nuevos muros?
Tengo amigos que se baten ahora el cobre pacíficamente en Neptuno y la Carrera de San Jerónimo, en medio del asfalto inmenso. ¿Cuántas horas no hemos metido desafiantes ante el policía de turno? Resuenan los pelotazos de goma, pero la savia no deja de llegar hasta la última rama, el color hasta el último fruto. Volvamos al campo, a la vida con mayúsculas. Volvamos a asfaltos más reducidos bañados de verde. Vaciemos las macrociudades y su civilización equivocada. Soltemos, o cuanto menos aflojemos, pancarta, abandonemos la excusa de echar siempre la culpa a espaldas ajenas y asumamos un compromiso más sobre el terreno, más real, más pragmático con la nueva y solidaria civilización.
Sorteemos los Congresos, rodeemos la esperanza, asaltemos la utopía. Podemos ser ya aquello que esperamos, podemos vivir, sin demora, aquello que anhelamos. Volvamos al campo, por lo menos a núcleos urbanos de dimensiones más humanas. Fomentemos pequeñas ciudades ecológicas. Creemos comunidades autosostenibles, redes y redes de gentes que optamos por la Tierra. Compartamos semillas y granos y tomates y cantos y danzas…, sobre todo esperanza, sobre todo convencimiento de que otro mundo es posible aquí y ahora, sin necesidad de esperar al parte, al decreto ley que salga de la Carrera de San Jerónimo.
Firmeza ante la injusticia y el abuso, pero sin concesiones al verbo arrojadizo, saludemos al “poli” blindado. Reconciliémonos con el antidisturbios ensañado, sobre todo con cuanto simboliza y asumamos responsabilidades sin necesidad de cansar la garganta. Tomemos camino del campo, de la Madre, enfilemos a la ruina que devoran las zarzas. Asumamos de una vez por todas que somos nosotros/as, seguramente en menor medida quienes ocupan escaño en las Cortes, los encargados de levantar la nueva vida, la anhelada civilización.