Si algo de imaginación se hiciera con sus viernes y sábados nocturnos. Hoy se ahoga en “kalimotxo” la imaginación que otrora la juventud europea quisiera empujar hacia las esferas de poder. No es nostalgia de mayos parisinos, de barricadas frustradas, sino de una revuelta más orientada y sustentada, de una juventud más creativa, crítica y solidaria.
Lo preocupante no es el botellón en sí, sino la deriva que toma buena parte de la juventud. Lo preocupante no es la borrachera de a tres euros que se pasa con buenas dosis de cama, si no la indiferencia y aturdimiento en medio de una sociedad que tiene puesta su fe en ellos. Lo preocupante no son las toneladas de suciedad acumuladas en el ritual, sino la escasez de creatividad, imaginación y compromiso. Lo preocupante es ese escaso vuelo de ideales y generosas aspiraciones. La basura se podrá recoger, pero será más difícil reciclar esas voluntades a favor de causas más nobles.
Dicen que de momento Granada se ha llevado la palma. Compiten las ciudades, no en retos solidarios, no en olimpiadas altruistas, sino en masa poco crítica y litronas vaciadas. No falta rebeldía, pero sí una causa. La protesta espontánea carece de mayor reivindicación que la popularización del alcohol, de otro horizonte que el que proporciona la visión nublada por el vino barato. Fórmulas más edificantes podrían llenar esa crisis de socialización, esa necesidad apremiante de reunión y comunicación.
Tienen todos los medios a sus alcance y sin embargo el “pásalo” es un pobre llamado a la borrachera colectiva. Las nuevas tecnologías juegan a su favor y sin embargo parecen apostar por poco más allá del desconcierto. Con todo un universo de posibilidades, con todo lo “progres” que se dicen, se frenaron en la orgía. El teléfono móvil y el ordenador facilitan la conformación del alma grupal, pero el grupo empina el codo y se olvida del mundo.
¿Para qué tan extraordinarios instrumentos si no sabemos qué hacer con ellos? Los segundos de un SMS o de un mail masivo de hoy, eran ayer horas rotulando carteles, imprimiendo octavillas o haciendo cadenas de teléfono. Colmados de medios, falta un norte. El poder incalculable de la tecnología urge de una conciencia de servicio y entrega que la oriente, so pena de sólo contribuir al desvarío.
El debate no debería centrarse en permitir o no el botellón, sino en exploración de sus causas y en la incentivación de otro tiempo libre más emancipador. Nada hacemos contra el botellón, pero sí más allá de él. Acercar la policía a los lugares del encuentro, es a todas luces un desatino. La prohibición en diversas ciudades proporciona a la macrocita juvenil la razón de la cuál carecía. Ya hay un propósito de confrontación que da sentido al encuentro falto de mayor aliciente. Las autoridades, con tan miope prohibición, tan sólo multiplican los adictos al botellón. Una vez más la represión estimula al reprimido.
La macroborrachera no pone en cuestión la sociedad materialista, el sistema actual, la civilización alienante y alineada, más bien la refuerza. Proporciona las catarsis precisa, bronca callejera incluida, para que se perpetúe el estado actual de cosas. No hay potencial de cambio en las muchedumbres que sublimizan la explosiva mezcla de vino y de cola. ¿Dónde los ideales, dónde los proyectos que contribuyan a la trasformación de la realidad en una más bella, más justa?
En la juventud encontramos nuestro espejo. Es cierto que la nueva ideología del botellón no concita a todos los jóvenes. Hay también muchos comprometidos y solidarios que salen del perímetro de la botellas en los fines de semana. Hay también otra “marcha” , otro ritmo más al son de las necesidades del prójimo. Apoyemos sus aspiraciones liberadoras, sus iniciativas de auténtico progreso y demos alas a sus sueños, no se vayan a sentir ellos también tentados por la ceremonia etílica de a tres euros.
La Redacción
Fundación Ananta