Ayer hablábamos de dónde encontrar la paz, el equilibrio, esa paz como estado interior. Hoy esa paz se siente muy poderosa, en medio del sonido envolvente de esta brisa, en medio del maravilloso silencio del domingo. Los sonidos del mundo llegan muy lejanos y amortiguados, el ruido de algún motor allá a lo lejos, pero sobre todo llegan la brisa que mece los árboles cercanos y los colores de la tarde, que casi forman también un sonido y que en su cambiar evocan la fuerza de la vida. El cielo ya está azul, y el sol se cuela por todos lados, creando sombras y contrastes. Viene a la mente la frase de un amigo, ya muerto: “os quiero a todos”. Porque la paz, este estado indefinible de dicha, puede ser la antesala del amor, y el amor es la puerta a otros mundos.
Imagen: escena de «El árbol de la vida», de Terrence Malick