El sábado 23 hizo dos años de la partida de David desde su bonita aldea gallega.
De vez en cuando David nos habla, desde otras dimensiones muy preciosas.
Su voz sigue siendo pura y cristalina, es como un canto celestial. Es como la voz de un ángel.
(Las voces de los niños son como un canto celestial).
María, su madre, ha llorado todo lo que han llorado las madres a lo largo de la historia. Y el padre, y los abuelos, y la buena maestra. Y también nosotros, con el corazón roto, hemos querido que lo que pasó nunca hubiera pasado.
Pero David nos dice desde su cielo azul, desde la inmensidad, que ahora es tiempo de vivir y de dar gracias. Y nos manda bonitos dibujos que hacen sus compañeros de clase, con colores vivos, fuertes, llenos de alegría y de vida.
Estos dibujos dicen: gracias por la vida que se renueva en cada momento, y por doquier.
Nos dice David: “no podéis abrazarme, pero podéis abrazar a millones de niños en la tierra”.
Nos dice: “no podéis mandarme esa mirada de amor, pero podéis mandársela a millones de seres en el mundo”.
Nos dice: “cada vez que entreguéis vuestro amor desinteresado y puro, me lo estáis dando a mi”.
Creo que David nos está diciendo que podemos quererle queriendo a los demás, trascendiendo nuestras limitaciones y nuestra tristeza, y abriéndonos a la vida. Y creo que va más allá, pues también dice que cada vez que nuestro amor se manifiesta en la tierra, él recibe ese abrazo y ese amor con la mayor intensidad del mundo.
Así pues, cada acto de amor, cada mirada de amor, cada pensamiento de amor nuestro en la tierra, ya le llega a David. Y también nuestras risas, nuestras sonrisas, nuestra alegría.
Y David nos dice: “me hace feliz veros sonreir. Madre, quiero que sonrías por mi, ahora y siempre. Yo estoy contigo y nada podrá separarnos.”
Como el Principito, David ríe y ríe sin parar, y quiere que nos contagiemos de su alegría, de su risa, de su paz.
Querido David, lo intentaremos cada día, para estar siempre contigo.