Cada día nos ofrece la posibilidad de un viaje.
En ese viaje, salimos de nuestra realidad física y nos elevamos a otras regiones menos densas.
Desde esas regiones podemos mirar al mundo con otro ojos: los de la compasión que lleva al amor.
En ese trabajo nos unimos al Padre Celestial, al Alma Universal, Al Divino. No importa el nombre que le demos.
Activamos en nuestro interior energías latentes y poderosas.
Al volver de ese viaje, aquí en la tierra, nuestros actos estarán impregnados de otra calidad: la del alma.
Así pues, se nos invita a un precioso trabajo.
Es, además, un trabajo que cura.
««Mi Padre trabaja, y yo también trabajo», decía Jesús. Como Jesús, los Iniciados que tienen la conciencia despierta, participan cada día en el trabajo de Dios; y vosotros también podéis participar en este trabajo. Diréis: «Pero ¿cómo, nosotros, tan ignorantes, tan débiles, podemos participar en el trabajo de Dios?…»
Os daré un método. Permaneced, en un principio, un largo espacio de tiempo en el silencio y la inmovilidad, después comenzad a elevaros mediante el pensamiento… Imaginad que abandonáis poco a poco vuestro cuerpo físico, saliendo por esta obertura que se encuentra en lo alto de vuestro cráneo. Continuad imaginando que atravesáis vuestros cuerpos causal, búdico y átmico, que os unís al Alma universal, este principio cósmico que llena el espacio, y que ahí, participáis en su trabajo en todos los lugares del universo a la vez. Vosotros mismos, seguramente no tenéis claro, en este momento, lo que hacéis, pero vuestro espíritu, él, si lo sabe.»
Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: Abuela y nieto a la salida del en Quang Tri, Vietnam, 30 de septiembre de 2014 (Jesús Vázquez)