Toda muerte deja una herida larga como un río y jamás se sana. La muerte de toda criatura ya es también una parte de nuestra muerte si somos sensibles y sentimos que formamos parte de una gran familia de seres vivientes. La muerte de un ser querido es siempre una hecatombe emocional. Incluso Ramana Maharshi lloró por la muerte de su madre y se sintió sumamente apenado por la de su vaca Laksmi, cuya tumba está en el ashram y he visitado varias veces. Hubo un maestro que predicaba que todo era ilusorio. Al morir su hijo derramaba lágrimas día tras día y los discípulos le dijeron: “Pero si dices que todo es ilusorio”, y el repuso: “¡Es que es tan doloroso perder un hijo ilusorio en un mundo ilusorio”.  

Mi hermano Miguel Angel ha muerto abatido por un infarto de miocardio. Era la persona más valiente que yo haya conocido en mi vida, con un umbral de resistencia al dolor impresionantemente alto y una aguerrida actitud ante cualquier situación por muy difícil que fuera. A pesar de ser un verdadero atleta y practicante de variados deportes, no fumar y no beber, padeció un infarto muy grave y que no pudo superar. Fue plenamente consciente de lo que él mismo denominó “un infartazo” y mantuvo un envidiable autocontrol y serenidad hasta que fue sedado. Era tal la fortaleza de su cuerpo que llamó la atención de las enfermeras de la Uci. Murió al cuarto día.

Durante veinticinco años hicimos juntos un programa de radio llamado “La Tertulia Humanista”, todas las semanas. Juntos escribimos un libro. Era el más entusiasta promotor de mis obras y mis actividades. Poeta, rapsoda excepcional, siempre dispuesto a intervenir desinteresadamente  en cualquier acto, un verdadero mahatma o alma grande, mi mejor amigo, el mejor compañero de viaje en el escenario de luces y sombras de esta vida que a veces golpea tan duro. Era la mitad de mi alma; sigue siendo la mitad de mi ser.

Sobre la muerte, en una de sus dos obras publicadas, escribió: “La muerte anda de nuestra mano en el camino de la vida, nos acompaña silenciosa y, cuando se hace notar, toma nuestra existencia para ella. Su camino es interminable y el de nuestra vida, solo el pequeño rato que vivimos al lado de ella; apenas cinco minutos que hemos de llenar de vivencias y quitarnos el ego invencible de nuestro yo y prepararnos para perder el control, que pasa a manos de esa señora de negro”. Pero quien tanto como él amó, nunca muere, sino que al morir aún vive con mayor plenitud y brillo.   

RAMIRO CALLE, 10 mayo 2012