Era un poeta exquisito y un rapsoda extraordinario. Hicimos juntos un programa de radio a lo largo de veinticinco años, cada semana, y siempre deleitaba a la audiencia no solo con su sabiduría sino con la recitación de poemas propios y ajenos. Era mi mejor amigo, mi compañero existencial, mi mayor confidente y, dada su gran generosidad, el más entusiasta promotor de mis obras y actividades. Hemos sido siempre como dos almas en una. No había nadie a quien si lo necesitaba no dejase de ayudar. Era un gran corazón e intervenía, siempre desinteresadamente, en cualquier acto que se le solicitase hablar o recitar. Su simpatía y capacidad para empatizar se salían de lo corriente. El periodista Jesús Fonseca decía de él en público que era un verdadero “principe del Renacimiento”, un ser excepcional. Vivía cada momento de la vida con plena intensidad, consciente, como él escribía, de que esa dama negra que es la muerte siempre está a nuestro lado y en el momento menos esperado nos toma. A pesar de ser un fabuloso atleta, de una voluntad inquebrantable en todas las actividades deportivas que llevaba a cabo, y de no fumar y no beber, un infarto, seguramente no exento de causas genéticas, ha puesto fin a su envoltura carnal. Hasta que fue sedado para ser intervenido, mantuvo clara la consciencia y una serenidad e intrepidez verdaderamente admirables. Siempre se crecía ante las situaciones más difíciles. Nada le arredraba. Recitaba como nadie el “Si” de Kipling, que lo hizo miles de veces, y ponía especial énfasis en la verso “si nadie que te hiera, llega a hacerte la herida”. Sus venas coronarias fueron heridas de muerte, pero su Ser sigue impoluto y más libre que nunca. Era un campeón de la amistad, siempre generoso, accesible y dispuesto a ayudar. Su muerte se ha llevado la mitad de mi alma. Juntos visitamos la India en l973 y estuvimos durante horas, reflexivos, viendo la cremación de cadáveres en Benarés. Y a menudo recordábamos en las ondas aquello que dijo Benavente a un amigo nuestro antes de morir, ya en el lecho de muerte: “Todo es pasar, todo es fluir, se muere tantas veces en la vida, que lo de menos es morir”. Siempre le he sentido como el mejor compañero de mi vida. Juntos en todos los programas de radio recitábamos el mantra a la Diosa: “Om Tare, Tare, Tutare, Ture, Soha”. Una plegaria a la Madre Divina. Ahora estará recitando el  mantra cara a cara con Ella, siendo ya parte de su esencia. En el libro que hicimos juntos, escribió con ese gran sentimiento de afecto que todo lo impregnaba: “Amar con el alma, ese amor perdurable y siempre renovado, ese amor que no excluye a nadie y que no se extravía en espejismos ni en inútiles pretensiones; ese amor que humaniza y ayuda a acrecentar la consciencia y que, en lugar de descentrarnos, nos centra. Ese amor que es, sencillamente, genuino amor”.  Pues ese amor, querido hermano del alma es siempre el que tu me has inspirado.  

RAMIRO CALLE, 10 mayo 2012