La acusación: «Muertes generalizadas causadas por espantosas inundaciones, egregios terremotos, horrendos huracanes, terroríficos tornados, perniciosas plagas, feroces hambrunas, devastadoras sequías y guerras genocidas». Con todo ello, «El Demandado no ha mostrado ni compasión, ni remordimiento…”.
Nos cuesta reconocer todos los dones con los que somos colmados. Presos de una supina ignorancia, las gracias nos quedan, a menudo, grandes. El supremo misterio de la vida permanece inaprensible. Desconocemos el cúmulo de alianzas, el concurso de fuerzas, de sacrificios, de donaciones… que hacen posible el pulsar de nuestra existencia.
Tamaña osadía del parlamentario americano sirva cuanto menos para recordarnos a nosotros mismos la necesidad de reconocer, de reintegrar, de celebrar el valor de la vida. Uno de los más grandes errores de nuestra civilización occidental es el olvido de agradecer. Unas veces por necedad, otras por egoísmo, al fin y al cabo lo mismo, hemos perdido la virtud de manifestarnos agradecidos, conmovidos por las bendiciones que nos acerca cada instante. ¿Qué es la vida sin su Fuente, sin su Origen del que nada sabemos, sin nuestro imprescindible balbuceo de agradecimiento? ¿Cómo mentar esa Fuente, ese Origen sin glorificarlo…?
Malgastamos la vida si no la retribuimos, si no bendecimos lo bueno y lo malo que a través de ella nos alcanza. Desde su columna semanal de “El País”, Alex Rovira nos recordaba el día pasado el proverbio «Cuando bebas agua, recuerda la fuente». Permanezca pues ese Recuerdo, esa Presencia en nosotros el mayor tiempo que nos sea posible.
Por lo demás, no olvidemos que Dios se defiende solo, con el calor de un sol que a todos llega, con la claridad de una luz que a todos ilumina, con el frescor de unas aguas que a todos baña… Dios se defiende sólo con los pájaros que cantan su gloria eterna, infinita en cada rama, en cada tejado, en cada alborada.
Fundación Ananta