¿Qué le falta de paz a la placidez de nuestro descanso estival? Seguramente que todos nuestros  congéneres puedan alcanzar esa paz. ¿De qué adolece nuestro disfrute, sino de que todos los humanos seamos ese gozo en contacto estrecho  con el mar o la montaña, en conexión cercana con los seres queridos, con la Madre Naturaleza…?

Se encendieron ya los temidos motores. Han arrancado los tanques de la devastación. Durante diez días la muerte caía de los cielos, ahora rueda ya por tierra arrasando cuanto encuentra a su paso. Somos solidarios con quienes no conciliarán sueño, con quienes en estos momentos ven acercarse el horror y la destrucción a sus hogares. Definitivamente no podemos dormir a pierna suelta tampoco en este verano. Sus noches en vela son también nuestro insomnio; sus escombros son también nuestro fracaso. Sus  brazos que claman  al  cielo son también  nuestra  desolación. Cada estruendo, cada golpe artillero nos aleja de nuestro destino de hermandad humana. La solidaridad desde Europa, desde nuestra geografía privilegiada ha de seguir fluyendo, pero la responsabilidad es seguramente de la entera condición humana. El viejo continente no puede mirar para otro lado, ¿pero es justo que sea en estos días diana de tantas y afiladas críticas?   

Caminar las playas sabiendo que todas las playas son holladas en paz y tranquilidad, que todos los niños juegan en la arena sin mirar a un cielo amenazante, que todos los padres la gozan viendo a sus pequeños jugar en la orilla. Pasear las playas conscientes de que no hay ningún litoral amenazado, que ningún misil ensangrentará ninguna arena. Coger aviones, surcar continentes, llegarnos a otro rincones remotos del planeta, sin temor a que ningún descerebrado en ninguna parte del mundo, ahíto de jugar  con la violenta consola, apretará ningún gatillo y derribará cuanto vuela sobre su cabeza.

 

Pasear tu pequeño mundo, pero saber que más lejos en el gran mundo otros  pasos son también sin temblor, sin terror, sin minas  en los pies, sin cohetes  sobre las cabezas. Nos cansamos ya de buscar culpables, nos agotó escrutar la historia buscando en ella todos los males. Las espirales de violencia, en cualquier rincón de la tierra pueden acabar en este preciso presente. Lo estamos lamentablemente comprobando estos días en Gaza y en Ucrania: sencillos misiles nunca alcanzaron tan alto y tan lejos, pero no es menos cierto que nunca la comunidad internacional ha albergado tanta conciencia e instrumentos para la paz.  Ello no bastará si falta  predisposición por parte de quienes aún se obcecan en la batalla. Hoy, aquí y ahora el humano puede disfrutar de un verano sin fin, de una paz sin quebrantos. No, la Unión Europea  no es culpable de que Palestina siga  sangrando, de que en Orientes más lejanos se impongan leyes salvajes.

La hormigonera de aquí dejará un día de dar vueltas allá. La Unión Europea ha de ayudar a los palestinos, pero no puede  estar siempre recomponiendo sus casas, sus escuelas, sin que ellos manifiesten voluntad de frenar a sus elementos más exaltados, sin que se rebelen ante el clientelismo de Hamas… Podemos ayudar a tumbar tiranos en la antigua Yugoslavia, en Líbano, en Iraq…, pero después sus súbditos, sus facciones,  sus pueblos y tribus deberán ensayar vivir en comunión, en integración, en armonía. Sí, albergamos responsabilidad. Absolutamente ningún dolor humano no es  ajeno, ¿pero no será preciso que arríen su índice los sempiternos fiscales de fácil dedo acusador? Somos responsables en tanto en cuanto humanos, pero no primeros culpables si no estamos directamente implicados en el origen, en las causas de esos  conflictos.

El eco del dolor humano alcanza nuestro sosiego veraniego. Explosiones más o menos lejanas perturban nuestro descanso. Nuestro paz no será total, en tanto en cuanto la humanidad siga  sangrando, en tanto en cuanto todos los seres no respiren  paz. Desde ese sentimiento de intransferible responsabilidad y solidaridad, apuntar que quizás los europeos no albergamos “plus” de culpa. El ciudadano del mundo tiene un lugar de referencia, sabe que en un continente los diferentes superaron la guerra, crearon un espacio de convivencia, decidieron colaborar y mirar juntos al futuro.

Sí, verano y paz para todos/as, pero esa incontenible aspiración ha de nacer primero  en  el corazón de quienes, en uno u otro lado, contienden. Cada quien virar la historia, instaurar en su entorno un espacio de correctas relaciones, cada quien superar  abismos, ancestrales litigios y confrontaciones, cada quien intentar instaurar a su alrededor ese verano de paz. Todo nuestro apoyo, toda nuestra fuerza para ese puro, impostergable y cada vez más universal anhelo.

Koldo Aldai, 18 julio 2014