Pasos sigilosos
Kresmendi (Urbasa)

La belleza selló nuestros labios sin previo acuerdo ninguno. En tan sagrada hora, allí arriba el menor ruido tornaba sacrilegio. Todos los permisos eran pocos. Recién  entrados en el hayedo de la altura, las manos iban solas a los troncos.  Sensación de hollar templo ajeno. Apenas un suave rozar de pies con la hojarasca. Ni palabra entre nosotros al penetrar la inmensa catedral verde. Poco a poco, aquellos tímidos pasos conquistaron la máxima altura.

El gran silencio llegó allí arriba en la balconada, la calma de otro mundo nos alcanzó al caer la tarde, ante la ancha Ameskoa abierta a nuestros pies. Necesitamos de la suma de silencios que se reúne en las alturas. Necesitamos de esa paz infinita que deja allí, lejos en el valle, el murmullo del mundo; paz cargada de presencias que aún sólo podemos intuir, a duras penas dibujar entre sus cómplices musgos.

Callaron los rezos igualmente silenciosos y desenfundamos la cámara. Las fotos se sucedieron también entre susurros. Casi al oído: «Sonríe al Sol…», «Sube el pañuelo…», «Ponte aquí, ponte  más  allí…”. Sabíamos que éramos acogidos, huéspedes de un bosque encantado a la hora inoportuna en la que la vida se recoge. Todo era prestado. El escenario tampoco era nuestro y un Sol ya cansado no dudó tampoco en moverse al espacio justo que le correspondía… El sólo corrió a colocarse sobre los arbustos.

En realidad todo brota para nosotros en estos días, toda primavera aguarda nuestro rebrotar en el alma. Todo merece nuestros pasos silencios, nuestro susurro  reverente… En realidad todo es cedido para un supremo uso. Entre otras confesiones, eso nos compartió el bosque aquel viernes de mayo, al avanzar entre su fronda recién estrenada, al enmudecer hasta el latido…

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Koldo Aldai, 19 mayo 2012