Aïvanhov nos habla con frecuencia de los intercambios.
Cada intercambio puede ser un modo de vivificar, de dar vida, de darse.
Pero también puede ser algo mecánico, gris, anodino.
En cada apretón de manos puede haber un mensaje de “estoy contigo, aquí, ahora”. Lo mismo ocurre con la mirada.
Pero también puede ser un acto desprovisto de vida, inerte.
La calidad de nuestros intercambios afecta también a nuestro mundo interior. Algo muy sutil va ocurriendo, poco a poco.
Seamos conscientes de la fuerza del intercambio.
Durante todo el día la gente se encuentra y se saluda, pero lo hace automáticamente, inconscientemente, incluso en la familia, incluso en las parejas. Observad: el marido o la mujer sale de casa para ir a trabajar. «Adiós querido, adiós querida…» y se dan un beso. Pero en su beso no hay nada. Se besan por costumbre. En estas condiciones, para qué besarse, es ridículo. Hay que saber dar algo a la persona a quien se besa, para vivificarla, para resucitarla. Pero en cambio, cuando el marido se siente triste y desgraciado besa a su mujer para que lo consuele; y le transmite su tristeza y su desánimo.
Los hombres y las mujeres realizan sin cesar intercambios entre sí, pero ¿qué son estos intercambios? Sólo Dios lo sabe… o más bien ¡los diablos lo saben! No está prohibido besar a alguien, al contrario, pero debemos saber cómo y cuando besarle para transmitirle la vida eterna.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos (www.prosveta.es).