La fotografía que hoy nos regalan encaja bellamente con el texto del pensamiento.

Muchas veces, al contemplar el amanecer y el atardecer, nuestra consciencia se expande.

Se produce una ensoñación, un anhelo de otros mundos, una dilatación interna.


En esos momentos nos alejamos de lo que nos ata aquí y nuestra mente vuela más allá.

Es como si hubiésemos recibido una visita que nos inunda de plenitud.

Nos sugiere Aïvanhov que son éstos instantes raros y preciosos que no debemos desperdiciar.

Las visitas celestiales tienen muchas formas, y se producen de continuo cuando estamos alerta y despiertos.

Nos traen ensoñaciones, recuerdos, certezas, hablan a nuestra alma.

Acoger y guardar esa señal divina es realmente vivir.

Seguramente habréis realizado la siguiente experiencia: estabais ocupados en tareas de vuestra vida cotidiana, no pensabais en nada especial, y de repente sentisteis como una corriente, una presencia a vuestro lado, algo vivo que os aportaba luz, una paz, una alegría. Entonces, ¿qué hicisteis?… En semejantes momentos, dejad cualquier ocupación para concentraros en esta presencia que ha venido a visitaros. Estos son unos instantes raros y preciosos que no se deben desperdiciar mostrándonos descuidados.

Visitantes celestiales vienen a enseñarnos y a enriquecer nuestra vida. Si no os detenéis para recibirles en el momento que se presentan, se acabó; por mucho que busquéis y supliquéis no regresarán. O bien regresarán, pero ¿cuándo?… Es preciso retenerles en el momento que se presentan, porque poco tiempo después no tendréis la menor idea de lo que venían a traeros. Tomaos el tiempo necesario para ser conscientes de lo que representan estas visitas celestiales, para que dejen en vosotros una señal imborrable.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: atardecer en Madrid 23 noviembre 2012: autor: Alfredo González