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Hoy nos habla Aïvanhov de la conciencia superior, que identificamos como conciencia divina.

El nacimiento del principio divino es un acontecimiento interior excepcional, nos dice.

Cuando este nacimiento tiene lugar, ya nada es igual.

Tras el segundo nacimiento, ya nunca estamos solos. El Cielo, efectivamente, se abre ante nosotros.

La conciencia búdica o crística habita aquí en la tierra, en nuestro interior, cuando estamos preparados para ello.

Por encima de todas nuestras ocupaciones, responsabilidades, deseos y distracciones, deberíamos poner en primer lugar esa preparación.

La conciencia crística está esperando a que hagamos ese lugar adecuado: un lugar sagrado, puro, veraz. Un nido en el que posarse.

Es el segundo nacimiento.

Cuando el alma y el espíritu se unen dan a luz un germen que se desarrolla como una conciencia nueva. Esta conciencia nueva se manifiesta como una luz interior que expulsa las tinieblas, como un calor tan intenso que aunque el mundo entero os abandone nunca os sentís solos, como una vida abundante que hacéis brotar por doquiera que os lleven vuestros pies, como una afluencia de energía que consagráis a la edificación y a la construcción del Reino de Dios, como una alegría extraordinaria de sentirse conectado con todo el universo, con todas las almas evolucionadas, de formar parte de esta inmensidad…, y la certeza de que nadie puede quitaros esta alegría. En la India, este estado se llama conciencia búdica; y los cristianos lo llaman el nacimiento de Cristo.

Si, el nacimiento del principio divino es un acontecimiento interior tan excepcional que nadie puede llamarse a engaño. Sentís la presencia de otro ser que os ayuda, os ilumina, os protege, os alegra, como si el Cielo estuviese abierto ante vosotros.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). “Navidad y Pascua en la tradición iniciática”, página 51, Editorial Prosveta, Colección IZVOR. Pintura de Nicholas Roerich: “Monhegan”, 1922