Todos los días se nos da la posibilidad de subir a llenarnos de luz y de fuerza.
Se nos invita a traerlas de vuelta para vivificarnos y purificarnos. Para regenerar nuestra vida.
El manantial siempre está rebosante, listo para dar, esperando nuestra visita.
Al alba el camino está despejado.
Durante el día hay muchos otros momentos para acercarnos al manantial.
Tenemos que subir en silencio y en soledad para no distraernos, pero podemos ir llenos de alegría con el corazón expectante y la mente limpia.
La vida en la tierra es una sucesión de problemas y de retos. El manantial nos ofrece los secretos para enfrentarlos en armonía y en paz.
Ese lugar se encuentra a medio camino hacia la Casa del Padre.
Todos los días, al alba, un hermoso camino nos aguarda…
«Como no encuentran trabajo en su propio país, ¡cuántos padres de familia parten a trabajar al extranjero! Allí, permanecen meses, incluso años, y cuando vuelven, están felices de haber podido satisfacer las necesidades de su mujer y de sus hijos. Pero fue necesario primero dejarlos…
En cierto modo, el mismo fenómeno se produce con el espiritualista. Medita, reza, se une al Cielo: puede decirse que también él se marcha al extranjero; con la única diferencia de que esto no dura meses ni años, su espíritu se aleja de su cuerpo físico durante algunos instantes. Permaneciendo demasiado unido al cuerpo, el espíritu no puede hacer mucho por él, entonces se marcha para ganar dinero… digamos más bien para recoger la luz. A su regreso, trae esta luz al cuerpo y a sus habitantes: los instruye, los vivifica, los purifica, los regenera».
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: Camino de Santiago, entre Los Arcos y Logroño, 20 julio 2012 (Berta Grasset)