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Allí dentro, en algún lugar, está nuestra chispa.

Es la chispa del espíritu, que ignoramos porque nos manifestamos en la materia y nos hemos olvidado del espíritu.

Nos identificamos con las cosas, con las relaciones, con nuestro yo-personalidad. Damos la espalda a nuestra realidad, a nuestro yo-individualidad. Tapamos esa chispa con toda suerte de velos.

Pero la chispa, la individualidad, la esencia, sigue ahí, esperando que la redescubramos para que podamos integrar espíritu y materia en un ser pleno hecho a semejanza del creador.

Al descubrir esa chispa hay un segundo nacimiento y es entonces cuando empezamos  a vivir.

Y a sonreir.

Y a ser testigos de la manifestación de la alegría del alma.

Una carta astral sólo proporciona algunas indicaciones sobre el destino de los seres; así pues, aunque se presenten muy malos aspectos, no debemos ver ahí una predestinación absoluta. La verdad es que el espíritu humano se halla por encima de las estrellas, de los planetas y de sus influencias; el espíritu es libre, es todopoderoso. Cualesquiera que sean las configuraciones que los astros han trazado para vosotros, por encima de la región donde el destino es dueño, reina vuestro espíritu, y el destino no puede nada contra él.

El único medio que tenéis de escapar al destino, es pues poneros al servicio del espíritu. No os excuséis de que «habéis nacido con mala estrella» para permanecer eternamente débiles, perezosos y holgazanes. Tenéis deudas kármicas que pagar, está claro, pero estas deudas sólo representan un instante en la eternidad. No debéis permitir ahora que un solo instante ensombrezca la luz del espíritu. Suceda lo que suceda, debéis estar convencidos de que brilla en vosotros una chispa que nada ni nadie puede apagar o incluso oscurecer.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos (www.prosveta.es). Foto: madre e hijo en el poblado de Salgaon, India, 3 de mayo de 2009