En estos preciosos días de verano el sol se nos regala.

En este regalo hay gran simbolismo: luz, calor, vida.

Su luz llega puntual todos los días y nos envuelve.

Cada día podemos hacer un ritual de agradecimiento al sol por su luz y su calor.


Puede hacerse en silencio en el interior de cada cual, en el lugar secreto.

Agradecemos esa luz y ese calor y entregamos nuestras preocupaciones y nuestras tristezas.

Nos ponemos conscientemente en manos del Uno.

El sol, padre de la luz, del color y de la vida.

Nos ilumina por fuera pero sobre todo por dentro cuando preparamos un lugar de acogida.

Nos ofrece una invitación para vivir en comunión y en unión.

«Por la mañana asistís a la salida del sol: una esfera luminosa emerge lentamente de la oscuridad y su resplandor acaba por llenar todo el espacio. Sumergíos en esta luz como si se tratara de un océano de vida que vibra, que palpita… Poco a poco sentiréis que nadáis en ella, que os fundís en ella, que la respiráis, que la bebéis. Dejaos absorber por esta claridad hasta que vuestras preocupaciones y vuestras tristezas se disuelvan en ella.

Cuando hayáis aprendido a fundiros en la luz, os acompañará por todas partes. Por esta razón también, cada día, varias veces al día, cuando dispongáis de unos pocos minutos, concentraos sobre la luz. Imaginad que el universo entero y todas las criaturas que lo pueblan se bañan en la luz. Y cuando sintáis esta especie de cansancio y desánimo que amenaza con quitaros la fe, la esperanza, el amor, pensad en hacer este trabajo con la luz porque es este trabajo el que os volverá a dar sentido a vuestra vida.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: amanecer en Laredo, 27 junio 2013 (Tinuca Revolvo){jcomments on}