La oración es un diálogo con uno mismo y con el Divino.

Nos traslada, como se nos dice hoy, a otra dimensión.

En la oración y en la meditación restablecemos corrientes bien poderosas.


Conectamos con el poder del espíritu, que tiene capacidad sanadora.

Desconectamos la mente pequeña, conectamos la grande.

(En la mente grande no hay espacio para ser miserable).

Cada oración es pues un viaje a la esencia, al núcleo.

Es una vuelta a casa y la antesala al trabajo más importante, que es el servicio.

«La oración es esa posibilidad que nos ha sido dada de tener acceso a otra dimensión, a una realidad de otro orden. Quizá nada cambie externamente, pero en el corazón, en el alma, la oración produce grandes transformaciones.

Lo hemos constatado a menudo: las personas para las que rezar es un movimiento natural, espontáneo, están mejor armadas que las demás para afrontar el sufrimiento y la desgracia. Gracias a esta facultad de arrancarse de la oscuridad, de las cosas pesadas, de los desórdenes del mundo, para dirigirse a los poderes celestiales, interiormente superan mejor sus pruebas. Cuando estas pruebas afectan a toda una colectividad, es evidentemente imposible evitarlas. Por ejemplo en una guerra: durante una guerra, de una manera o de otra nadie puede escaparse. Pero el que reza recurre a los poderes del espíritu, y mientras los que le rodean se dejan abatir, él recibe, en cambio, la ayuda de la luz gracias a la cual puede también sostener y reconfortar a los demás.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Foto: Escena en Mongolia, junio 2007