Hoy se nos habla de abrir el corazón al mundo entero.

Ser uno con la humanidad, con todo lo que nos rodea, con toda la creación: cuanto más nos acerquemos a esa unidad, más secretos nos serán revelados.

Hay personas para las que la humanidad es su familia y que trascienden ese pequeño círculo en el que permanentemente se confunde amor con posesividad y con obligación.

Al pasar por un colegio a la hora del recreo, podemos sentarnos al otro lado de la valla y agradecer todas esas voces de todos esos niños, que son las voces de Dios.

Nos dice el Mantram de Unificación: “los hijos de los hombres son uno y yo soy uno con ellos”.

Ser uno con la humanidad es la gran obra: se construye poco a poco si cada vez que estamos con alguien somos conscientes de que estamos con un alma.

El sentimiento sagrado, gradualmente, irá creciendo en nuestro interior.

Hasta que un día, como por magia, en la mirada del otro descubrimos también nuestra mirada.

La mayoría de los humanos tienen del amor un concepto tan limitado que en el momento que un hombre y una mujer se encuentran, olvidan a todo el mundo, ya no existe nada para ellos. No están todavía acostumbrados a vivir el amor de una manera más amplia, lo empobrecen y lo mutilan; ya no es el amor divino que brota y da de beber a todos los seres.

El verdadero amor es aquél que abarca la totalidad de las criaturas sin limitarse, sin echar raíces al lado de una sola. Por esto es necesario que a partir de ahora los hombres y las mujeres sean instruidos en concepciones más amplias, que manifiesten menos posesividad y celos: el marido debe alegrarse al ver cómo su mujer abre su corazón al mundo entero, y también la mujer debe sentirse feliz de que su marido tenga el corazón tan vasto. Esto no les impide de continuar siendo fieles mutuamente. Cuando dos seres verdaderamente evolucionados se casan, ya de antemano se han consentido esta libertad mutua; cada uno se alegra de poder amar a todas las criaturas en la mayor pureza. La mujer comprende a su marido, el marido comprende a su mujer, y ambos se elevan, caminan juntos hacia el Cielo, porque viven la vida verdadera, la vida ilimitada.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Niñas en la residencia de Anand Bhavan, del programa Colores de Calcuta de Fundación Ananta