Hoy se nos habla de permanecer interiormente libres, disponibles, para descubrir el esquema inscrito en el alma.

Ese esquema está escrito en una semilla en el interior que puede crecer.

Todas las tradiciones hablan de una divinidad, de una chispa divina.

A simple vista, tal como nos comportamos los seres humanos, la semilla está yerma.

Pero a la vez, hay millones de casos de nobleza, de ejemplaridad, en la historia y también ahora.

Son manifestaciones de esa chispa.

Y el destino de esa semilla es crecer, alcanzar la plenitud en la unión con la divinidad.

La inteligencia cósmica nos regala el libre albedrío para regarla o para abandonarla.

El árbol majestuoso es buen símil de lo que podemos ser.

Si sembráis una pepita de limón, de manzana o de melón, no le decís: «Escúchame bien, yo te indico tu programa: debes convertirte en un limonero, en un manzano o en una planta de melón.» La pepita tiene ya un programa inscrito en ella, y basta con plantarla para que realice en adelante lo que la naturaleza espera de ella. Se aferra a la tierra y, un día tras otro, se desarrolla. Cuando una fase ha acabado, pasa a la siguiente; no se pregunta qué deberá hacer dentro de un año o dentro de cien años.

¿Por qué os hablo del árbol? Porque el ser humano es también una semilla que tiene su programa inscrito en él por la Inteligencia cósmica. Si todavía no es capaz de conocerlo, es porque no cesa de fabricarse él mismo programas que no hacen más que oscurecer su vista y desviarlo de su ruta. Debe permanecer interiormente libre, disponible, para descubrir el esquema inscrito profundamente en su alma.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: Camino de Santiago, camino de Estella, 18 julio 2012