Hablamos hoy de proyectarnos arriba, a la fuente.

Nuestra materia se purifica y transforma cuando en la fuente captamos las partículas más puras.

Esas partículas impregnan en nosotros la consciencia del amor, de la generosidad, del desapego…


Una consciencia plena que nos hace posible vivir las santas moradas…

La materia, poco a poco, se espiritualiza, se torna más vibrante y armoniosa.

Se convierte en un vehículo de transmisión de corrientes divinas.

“Amaos los unos a los otros”, se nos ha dicho.

Para comprender esta llamada y para luego vivirla solo hay un camino: volver a la fuente.

«Toda la civilización no es otra cosa que un trabajo sobre la materia. Pero existen diferentes clases de materia, y este trabajo que hacen los humanos sobre materiales externos a ellos, pueden hacerlo también sobre su materia psíquica: todos sus instintos, sus deseos, sus sentimientos, sus pensamientos, representan una materia sobre la que tienen que hacer un inmenso trabajo de purificación y de elaboración. Desde un cierto punto de vista, podemos decir que se trata de un trabajo de creación que se asemeja a la creación artística, porque obedece a las mismas leyes.

El verdadero trabajo de creación es el trabajo espiritual, porque concierne a la totalidad de nuestro ser: nos proyectamos lo más arriba posible para poder descubrir un orden, una estructura, y para poder captar las partículas más puras que van a entrar en la materia de nuestros diferentes cuerpos: nuestros cuerpos espirituales, nuestros cuerpos psíquicos y nuestro cuerpo físico también. Es un esfuerzo de todos los días, de todos los instantes. Cada día añadimos un color más vibrante, una forma más sutil, un sonido más armonioso.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta Imagen: atardecer en el Delta del Ebro el 8-4-14 (Carlos O)