Hoy se nos habla del instrumento para manifestarnos: nuestro cuerpo etérico, físico, mental y emocional, nuestro vehículo aquí en la tierra.
Alinear estos cuerpos con el Ser, con la esencia, es la clave de nuestra estancia en la tierra.
El Ser puede entonces transmitir toda su sabiduría y su conocimiento, y puede manifestarse plenamente a través “nuestro”.
Mediante la meditación puede profundizarse en este alineación. Los seres más evolucionados ya no necesitan de la meditación pues la conexión es plena y permanente: no hay separación.
Una vida dispersa, distraída, impide esa alineación, impide esa armonía y conexión entre espíritu y materia.
Desde la densa materia hemos de ir al encuentro del liviano espíritu.
En ese encuentro surge la Vida.
El espíritu del hombre es un principio eterno, una chispa emanada del mismo Dios y no necesita ser instruido ni iluminado. Lo que necesita, son condiciones apropiadas, un buen instrumento para manifestarse. Vemos casos en los que ciertos seres, principalmente artistas, pensadores y místicos entran en estados tan extraordinarios de inspiración que consiguen alcanzar realidades sublimes; pero cuando regresan de tales estados, apenas logran comprender lo que les ha sucedido, e incluso a veces no se acuerdan absolutamente de nada.
Si el ser humano se decidiera a mejorar su forma de vida, perfeccionaría sus capacidades de percepción y de recepción, afinaría la materia de sus órganos y de sus centros psíquicos. Entonces su espíritu tendría mayores posibilidades de manifestarse, y realizaría maravillas en el plano físico.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos (www.prosveta.es). Imagen: “Lhasa” (1947), obra de Nicholas Roerich