Recibimos de cuando en cuando una energía especial, poderosa.

No tiene que ver con nada externo, y nos inunda enteros.

Algo se incorpora a nosotros, nos visita, nos habita.

Es la alegría del alma, que llega “como un agua que mana del cielo”.

Llega de improviso y con más frecuencia cuando estamos limpios por dentro, cuando estamos conscientes.

Es una dicha que nos invade. A su lado, la felicidad humana que perseguimos y perseguimos es como una baratija que se oxida enseguida.

Hagamos hueco para recibir esa maravillosa visita…

Alguien dice: «Soy feliz porque…» Pues bien, el solo hecho de que atribuya una causa a su felicidad, demuestra que no posee la verdadera felicidad. Porque la verdadera felicidad es una felicidad sin causa. Sí, sois felices y no sabéis porqué. Encontráis que es maravilloso vivir, respirar, comer, hablar, y no sabéis porqué. No habéis recibido regalos, ni herencias, ni tenéis bonitas mujeres… Sois felices porque algo ha venido de arriba a incorporarse en vosotros, un elemento espiritual que ni siquiera depende de vosotros… como un agua que mana del cielo.

Para la mayoría de los humanos la felicidad está ligada a las posesiones: casas, dinero, decoraciones, gloria… o bien mujeres, hijos. No, la verdadera felicidad no depende de ningún objeto, de ninguna posesión, de ningún ser; viene de arriba y os asombráis al descubrir en vosotros mismos, sin cesar, este estado de conciencia superior. Os alegráis y ni siquiera sabéis porqué. Esta es la verdadera felicidad.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es. Foto: caminantes en Bhutan, 15 mayo 2010