El pensamiento de hoy nos invita a cambiar de plano, desde el yo pequeño al Yo grande.

Se nos insta a enviar luz y amor al espacio.

Es una propuesta que supera con creces a todas las invitaciones que puedan hacernos.

El ejemplo es siempre el sol.


El yo pequeño es calculador, controlador, tacaño, miserable. Se aferra a la posesión y al poder. No da nada sin exigir algo a cambio.

El Yo grande es generoso e inclusivo, no hace distinciones, no pide nada a cambio.

Vivir desde el yo pequeño o el grande tiene consecuencias por supuesto kármicas, pero también aquí y ahora, bien visibles en la expresión y en el rostro, transcurrido muy poco tiempo.

Aïvanhov nos exhorta una y otra vez a parecernos al sol.

A dar, a darnos. A cambiar de plano. A caminar erguidos y dejar de arrastrarnos.

«Observad el sol, meditad sobre el sol siendo conscientes de que, desde hace millones de años, ilumina y calienta la tierra así como a las criaturas que la habitan. Y lo hace sin inquietarse por saber quién se regocija de sus rayos y los recibe con reconocimiento, y quién continúa durmiendo en las cuevas. Ni se enfada ni se enfurece por el hecho de que los seres humanos no hayan ni siquiera tomado conciencia de que le deben la vida, continua brillando y dándoles sus bendiciones.

Como el sol, existen seres que envían su luz y su amor a través del espacio, y ellos tampoco se preocupan por saber si las criaturas se benefician o no. Se sienten felices, colmados, toda su alegría está en distribuir sus riquezas en el universo entero. Han comprendido que la felicidad más grande es la que el sol está sintiendo y viviendo; brillar, iluminar y calentar.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: niña en Salkia, Rajasthan, India, febrero 2014 (Koldo Aldai)