«Al considerar sus iglesias y sus templos como las únicas moradas de la Divinidad, los humanos empobrecen su comprensión de lo sagrado. ¿Acaso existe algún templo construido por los humanos que sea comparable con el gran templo que Dios ha creado, el universo? ¿Puede acaso existir un lugar más sagrado que un lugar creado por Dios mismo? ¿Cómo podemos imaginarnos que un edificio, un conjunto de materiales perecederos, es más importante para ellos que esta obra de Dios que nunca nadie logrará destruir? Hay que respetar estos lugares de oración y de recogimiento que son los templos y las iglesias, pero hay que comprender también que podemos adorar a Dios en su templo, la naturaleza, y particularmente en la paz y nitidez de la mañana. Ahí, el sol que se levanta sobre el mundo es el sacerdote que distribuye sus bendiciones a todas las criaturas: la luz, el calor y la vida.
Dondequiera que estéis en la tierra, el sol brilla por encima de vuestras cabezas. No tenéis necesidad alguna de viajar o de peregrinar para encontrarle. Él es el símbolo de la omnipresencia de Dios. Su luz, su calor y su vida valen más que todas las imágenes santas y que todos los sacramentos.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Antigüedad, Palencia, 5 de junio de 2016 (cortesía de Marga Lamoca)