«Antes de ejercer nuestra autoridad sobre los demás, debemos empezar con un trabajo sobre nosotros mismos. Cuando un ser que ha trabajado en primer lugar sobre sus propios hijos (las células de su organismo) debe ocuparse de otros hijos, en el exterior, como pariente, docente, etc., o incluso ejercer responsabilidades que le dan autoridad sobre los adultos, sus palabras, sus gestos, les impresionan por su acento de autenticidad. Aquéllos a los que instruye, educa o dirige, sienten que no interpreta un papel, sino que está enteramente en lo que dice y en lo que hace. Por eso su presencia es mágica y obtiene resultados. Sus habitantes interiores le sostienen y le dan fuerzas, porque se ha acostumbrado desde hace tiempo a trabajar en una única dirección: el bien, la luz.

Un ser sólo tiene verdadera autoridad cuando todas sus células desprenden algo unificado, armonizado. Si no, mientras que la parte que habla emite un cierto sonido, el resto de la persona grita lo contrario, y los demás, que lo sienten, no pueden tomarle en serio.»
 
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Ruta del Agua, isla de El Hierro, 29 de febrero de 2016 (cortesía de Berta Grasset)