En nuestro nacimiento hemos recibido la forma humana, que el budismo y el hinduismo califican con frecuencia como preciosa forma humana.

Se refieren así a las posibilidades que nos confiere esta forma para alcanzar nuestro destino.

El destino en el budismo es la iluminación, en el hinduismo es recuperar el estado de deidad mediante la unión con Dios, en el cristianismo es la construcción del cuerpo de gloria.


Es el mismo concepto expresado de forma distinta.

{jcomments on}Si: la preciosa forma humana nos da la posibilidad de transmitir el espíritu a la materia, de tal forma que la materia se manifieste espiritualizada, pura, con luz.

Esa chispa emanada del mismo Dios está dentro nuestro.

Está esperando activar y refinar nuestra materia para, algún día, lograr la Unión aquí en la tierra.

Reflexionemos sobre ello.

«El espíritu del hombre es un principio eterno, una chispa emanada del mismo Dios y no necesita ser instruido ni iluminado. Lo que necesita, son condiciones apropiadas, un buen instrumento para manifestarse. Vemos casos en los que ciertos seres, principalmente artistas, pensadores y místicos entran en estados tan extraordinarios de inspiración que consiguen alcanzar realidades sublimes; pero cuando regresan de tales estados, apenas logran comprender lo que les ha sucedido, e incluso a veces no se acuerdan absolutamente de nada.

Si el ser humano se decidiera a mejorar su forma de vida, perfeccionaría sus capacidades de percepción y de recepción, afinaría la materia de sus órganos y de sus centros psíquicos. Entonces su espíritu tendría mayores posibilidades de manifestarse, y realizaría maravillas en el plano físico.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Ruta de Cares, Asturias, mayo 2013 (Sai Ruiz)