Hablamos del mundo interior, donde hay ua fuente infinita e inagotable.

Bienaventurado es el que conoce ese espacio extraordinario, el que con el pensamiento se pone en contacto con el mundo sutil y con la Jerarquía de los grandes seres.

 

Bienaventurado es el que está tan limpio por dentro que la energía crística habita en él y que tiene su ánimo pleno de amor, de compasión y de dulzura hacia todo lo creado.

 

Sin embargo, el mundo interior es el más olvidado porque la llamada del mundo exterior es potente, llena de luces de colores, de fuegos artificiales, de pseudo joyas que brillan.

En vez de contactar a Jesús o a Buda (que nos invitan a ese contacto), los humanos preferimos el autógrafo del famoso.

Si: bienaventurados son aquellos que intuyen las grandes verdades, la relación entre el espíritu y la materia, la misión que hemos recibido de espiritualizar la materia.

El mundo exterior juega su papel, pero si no lo vivimos desde la consciencia del mundo interior, será un campo yermo, seco.

La riqueza infinita e inagotable está solo dentro, esperando que la descubramos.

«Si los humanos aceptaran desarrollar más sus posibilidades interiores, no sólo sentirían menos necesidad de saquear los recursos del planeta, sino que sentirían que, contrariamente a las riquezas materiales, sus riquezas interiores, las riquezas espirituales, son inagotables, infinitas.

En todas partes se alzan voces que se quejan de que la gente cada vez es más grosera y materialista. Y lo que es extraordinario, es que ¡incluso se quejan los materialistas! ¿Por qué? Porque siempre son los demás los groseros, los egoístas, los codiciosos. Pues sí, es extraordinario, ¡cuánta gente no se da cuenta de que se hallan impregnados de estas mismas tendencias materialistas que critican en los demás! Y si estos que dicen ser espiritualistas se analizaran un poco mejor, descubrirían que, ellos también, esperan más satisfacciones del mundo exterior que de su mundo interior.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Pintura de Nicholas Roeriich “Lama Reapers” (1936)