Dentro de nosotros tenemos un diamante oculto que constituye nuestro centro y que es susceptible de recobrar el esplendor primigenio. Según vamos limpiando ese diamante, su brillo irá en aumento, y nuestro ego, nuestro yo inferior, irá disminuyendo. Son como vasos comunicantes. Si acallamos la voz y las exigencias de nuetro ego, que nos tiranizan, poco a poco iremos descubriendo esa luz del diamante, que es la que nos conecta con la divinidad, con la inmortalidad, con el Universo. Empezaremos entonces a vivir la vida plena a la que estamos llamados. Empezaremos entonces a ser.

Vivir en plenitud, ser, más allá de estas palabras gastadas hay una gran realidad que realmente nos espera.

El espíritu del hombre es un principio eterno, una chispa emanada del mismo Dios y no necesita ser instruido ni iluminado. Lo que necesita, son condiciones apropiadas, un buen instrumento para manifestarse. Vemos casos en los que ciertos seres, principalmente artistas, pensadores y místicos entran en estados tan extraordinarios de inspiración que consiguen alcanzar realidades sublimes; pero cuando regresan de tales estados, apenas logran comprender lo que les ha sucedido, e incluso a veces no se acuerdan absolutamente de nada.

Si el ser humano se decidiera a mejorar su forma de vida, perfeccionaría sus capacidades de percepción y de recepción, afinaría la materia de sus órganos y de sus centros psíquicos. Entonces su espíritu tendría mayores posibilidades de manifestarse, y realizaría maravillas en el plano físico.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. Publicado en España por la Asociación Prosveta (www.prosveta.es)