Muchas personas se desaniman porque piensan que lo que pueden aportar al mundo es mínimo, imperceptible.

El desánimo se traduce muchas veces en el abandono de los ideales.

El pensamiento de hoy rescata una noción muy bella, la de construir en el mundo invisible aunque aparentemente no parezca que tenga efecto.

Es entonces cuando la gota en el océano que tan insignificante parece genera una energía muy potente.

Nos dice Aïvanhov que podemos construir monumentos de luz y de amor.

Esto se refiere a cada uno de nosotros.

En cada pequeña cosa podemos intentar poner luz y amor.

Es un gran reto, es una gran liberación.

Cada organismo, cada sociedad que emerge comienza por preocuparse de los edificios en los que se instalará, y así vemos que hay iglesias, templos… parlamentos… existe la sede de las Naciones Unidas y la de la Cruz Roja, etc. Pero las guerras, las injusticias, la miseria y los crímenes continúan. Algunos edificios, más o menos, no pueden cambiar gran cosa en tanto que los humanos no sean capaces de construir con sus pensamientos, sus sentimientos y su voluntad, monumentos de luz y de amor en el mundo invisible. Estas construcciones invisibles son también reales como las construcciones de hormigón o de cristal, y más eficaces.

Un monumento de estas características es lo que yo deseo que construyamos juntos, algo de tal magnitud que todas las conciencias del mundo se estremezcan y conmuevan. Sí, se produciría de pronto un trastorno tal en las conciencias que cada uno de nosotros sería transformado por una corriente de luz irresistible: sin hacer preguntas, dejaría de lado sus intereses egoístas y decidiría trabajar para la llegada de la fraternidad. ¿Llegaremos un día a edificar un monumento como éste? No debemos hacernos esta pregunta, pero es en este sentido que debemos trabajar.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: vista desde la Fuenfría, 7 enero 2013, foto de Fermín Tamames